A partir de la popularización del Internet y su sistema de etiquetas gregarias en redes sociales, es normal que algunas cosas sean identificadas con nombres en inglés. Pienso, por ejemplo, en el bullyingal que en mis tiempos llamábamos simplemente: “ir a la escuela”.

 

La primera vez que escuché que existía algo llamado Food Truck hice el natural coraje que me sobreviene cada vez que noto que se le denomina de manera gringoide a algo que siempre ha existido.  En este caso: los carritos de hot dogs, de tamales… o no sé: las señoras que estacionan sus autos en zonas de oficinistas y, al levantar la cajuela, descubren una gavilla de deliciosos guisados en cubetas. Una maravilla. El mismo bicicletero (ahora ciclista) de los tacos de canasta.

 

La “historia” de los Food Trucks nos remonta a una Texas sin vías de ferrocarril. Es 1866. Norteamérica estaba en pañales. Un tal Charles “Chuck” Goodnight notó que a los trabajadores del ganado se les complicaba… pues… comer. Así que customizó un viejo vagón de la US Army y se dedicó a vender comida a la gente con alimentos de que no se estropearan tan rápido. ¡También llevaba agua! Esto parece simple pero recordemos que no existía esa aberración moderna llamada: agua embotellada. Nació el afamado Chuckwagon. En los 90 de ese mismo siglo, en NY, y para que los trabajadores del turno nocturno no tuvieran el estómago vacío surgieron toda una serie de Lunch Wagons. Uno destacaba entre el resto: The Owl. Aquí también destaco una cosa: gente con hambre trabajando de noche.

 

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