Lleva un tiempo en boga el término “chairo”, y sospecho que en los próximos meses, rumbo a las elecciones de 2018, con AMLO a la cabeza, vamos a leerlo y escucharlo mucho más. Correspondientemente, leo aquí y allá, en redes sociales sobre todo, voces que claman contra su uso, en general sobre el argumento de que sirve para descalificar a aquellos en enarbolan causas sociales. A los que no renuncian a la justicia social, a una cuota de igualdad. A la militancia de izquierda, en una palabra.

 

Disiento. Empiezo por decir con franqueza que no es un término que suela usar. Ignoro el motivo: las palabras son caprichosas; parece que te adoptan, o no, según les plazca. Pero no sólo son caprichosas. Las palabras, sabemos, se estiran, se encogen y hasta se dividen: tienen varios significados, incluso contrapuestos. Cambian de forma y de contenido. Poseen algo vivo, sí; algo maleable. También, pueden ser prodigiosamente precisas. Como la que me ocupa.

 

No creo que “chairo” sea un término conducido a descalificar a la militancia de izquierdas así, ampliamente, y punto. No creo, digamos, que a alguien se le ocurra pegarle la etiqueta a Porfirio Muñoz Ledo, o al ingeniero Cárdenas, ni siquiera a Ricardo Monreal o la Scheinbaum (por razones muy distintas). Me parece evidente que la palabra apela a una forma superficial, recalcitrante pero iletrada, inculta, de la militancia.

 

Al discurso simplón y ensoberbecido, en blancos y negros, que sí, abunda en las marchas y las redes sociales. Al discurso que cree tener la solución a todo en las manos, y que se niega a aprender de la historia. A la pancarta que sigue exhibiendo al Che como libertario o al zapatismo como progresista. Asimismo, refiere a la ideologización ambivalente: al burgués erigido en voz del pueblo bueno; al presunto demócrata que aplaude dictaduras bolivarianas con el argumento indigno de que en México estamos peor, utopismos indigenistas necesariamente reaccionarios y caudillajes providenciales.

 

En consecuencia, el término apela también a una estética: la del pobrismo de clase media acomodada, la de la izquierda caviar que le dicen los franceses. Huipil más Armani. Foto del “trabajo con la comunidad”, pero no con la señora que chambea en tu casa sin contrato. En suma, decir chairo parece un nuevo modo de significar la superficialidad gritona, el doble discurso, la intransigencia condescendiente.

 

En ese sentido, es un terminazo. Refiere como ninguno a una paupérrima, extendida forma de la militancia.

 

Estoy tentado a usarlo más.

 

caem