Relajada, cordial, y hasta con bromas.

 

Así fue descrito el ambiente en la cena que ofreció el presidente Enrique Peña Nieto al jefe de la Casa Blanca, Barack Obama, en comedor de la renovada residencia “Adolfo Ruiz Cortinez” en Los Pinos, que en los gobiernos del PAN fue oficina de las primeras damas.

 

“Muy relajada, muy buena”, insistió un funcionario mexicano sobre el ambiente. “Incluso, hasta se prolongó media hora más”.

 

La cena, a petición de la Casa Blanca, inició a las 20 horas, para terminar 90 minutos después. No se pudo. Los presidentes se quedaron conversando sobre temas que ya no eran parte de la agenda.

 

Funcionarios mexicanos anticipaban que tres temas que no se iban a concluir en la reunión bilateral, serían abordados. Pero no tardaron demasiado.  Pasadas las 10 de la noche, Peña Nieto y Obama platicaban parados cerca de la puerta, sin terminar de despedirse.

 

El menú había sido variado. Láminas de atún para comenzar, y luego sopa de hongos. Como plato fuerte tres opciones: filete de res, robalo o magret de pato. Y como postre, dulce de cajeta o pastel de elote. Agua y vino nacional. Café para cerrar.

 

El menú fue acordado por los dos equipos, aunque en la cocina siempre estuvo un infante de Marina, parte de la escolta del presidente Obama, que probaba todo, incluida la sal y la pimienta. “Parece una exageración”, dijo un funcionario mexicano que estuvo involucrado en los preparativos, “pero finalmente es el hombre más poderoso del mundo”.

 

La cena, con la que concluyó la visita de trabajo del presidente Obama, incluyó a las comitivas que, horas antes, participaron en la reunión bilateral. Originalmente había propuesto México que fuera una cena entre los presidentes, pero la respuesta de la Casa Blanca fue que preferían que fuera con sus equipos.

 

Así fue.