El 12 de mayo por la tarde, una vez que el mercado accionario había cerrado sus operaciones, la cementera Cemex informó que su presidente y director general había fallecido ese mismo día en Madrid.

 

Lorenzo Zambrano era un hombre no sólo querido en Monterrey, sino uno de los empresarios más admirados de la comunidad de negocios del país durante las últimas décadas. Cuando en 1999 me di a la tarea de realizar una extensa consulta para publicar a los 20 hombres más destacados del siglo XX en el diario Reforma, apareció el nombre del empresario Lorenzo Zambrano junto a influyentes personajes de la economía como Daniel Cosío Villegas, Antonio Ortiz Mena, Rodrigo Gómez, Manuel Gómez Morín o Leopoldo Solís, y junto a empresarios de la talla de Eugenio Garza Sada, Jerónimo Arango, Carlos Slim, Juan Sánchez Navarro o Lorenzo Servitje Sendra.

 

Y es que Zambrano llevó en relativamente poco tiempo a Cementos Mexicanos a las grandes ligas de la competencia global con un modelo innovador de gerencia basado en el uso de las tecnologías de la información para la toma de decisiones en sus negocios.

 

Su rápido posicionamiento global en el lapso de poco más de una década, entre 1992 -cuando incursionó en el mercado español- y 2005 hizo de Cemex una de las tres mayores compañías cementeras del mundo en medio del auge que vivía la infraestructura y la vivienda tanto en los países desarrollados como en los emergentes más pujantes.

 

Un crecimiento así no podía pasar desapercibido en las escuelas universitarias de negocios, así que la prestigiada Harvard Business Review recogió y sistematizó el plan a tres años implementado por Zambrano y publicó en 2005 un artículo denominado “The Cemex way: The right balance between local business flexibility and global standarization”. Y con ello el “camino de Cemex” que Zambrano había diseñado era ya un modelo de gestión global a seguir.

 

La fama y el prestigio empresarial de Lorenzo Zambrano cundieron por toda América Latina y se convirtió en referencia obligada a tomar en cuenta para todo aquel que tuviera la tentación de expandir sus empresas locales más allá de las fronteras nacionales, pero en Monterrey por esos años Zambrano se había convertido en una especie de apóstol del éxito empresarial al que todo mundo quería seguir e imitar.

 

Los empresarios de la capital neolonesa le perdonaban todo a Zambrano, incluso quienes profesaban ser creyentes del libre mercado a pie juntillas. Se tapaban los oídos ante las versiones -bastante comunes- de las prácticas dominantes que ejercía el gigante cementero en sus mercados y hasta de los abusos en sus precios en mercados controlados por su influencia. Poco o nada pudo hacer en aquel entonces la Comisión Federal de Competencia para detener estas prácticas de la empresa de Zambrano.

 

Como otros casos de grandes empresas mexicanas, Cemex también tuvo en su poder dominante en los mercados locales, sin estorbo alguno de parte de las autoridades, la base de rentabilidad para su expansión global.

 

No hay duda que Lorenzo Zambrano fue un empresario sagaz que supo sacar partido -como pocos- a las ventajas que tuvo en su momento en México para desde allí construir un emporio global con una estrategia innovadora y agresiva para el crecimiento.

 

Ahora, ante la ausencia de Lorenzo Zambrano, el reto de Cemex transita por dos vías: Por institucionalizar el liderazgo en innovación e influencia en la gestión a partir del nombramiento de Rogelio Zambrano, como presidente, y Fernando González, como director general; y además hacerlo bajo condiciones distintas de competencia en México a las que estuvo acostumbrada la empresa en los años pasados y bajo nuevas presiones financieras y de competencia en los mercados globales en los que participa.

 

A pesar de los discursos, la realidad es que nadie sabe qué pasará con estos retos en el futuro cercano, pero para esta nueva etapa hará falta un innovador al estilo de Lorenzo Zambrano.