No se vio realmente presidencial, mucho menos como un estadista. El hecho de que Donald Trump haya moderado la manera de decir lo mismo no lo hace otra cosa que el mismo extremista que conocimos desde que se presentó en precampaña en las páginas de espectáculos de los medios estadunidenses.

 

 

A partir de una perspectiva mexicana, el discurso de Donald Trump ante el congreso no es más que la confirmación de que en su proyecto nacional capitalista somos el primer blanco de sus ataques. Somos el contraste necesario que requiere esa clase de personajes.

 
Trump es su discurso; en ése en el que se refrenda la construcción de la gran, gran muralla; donde se deporta al momento mismo de su discurso a los criminales; donde anuncia la creación de una especie de subprocuraduría especializada en atender a las inocentes víctimas estadunidenses de los “bad” hombres migrantes del Sur. No cambia y no va a cambiar.

 
Pero ese mismo personaje es también un hombre de negocios que llegó a la Casa Blanca a hacer eso que mejor sabe hacer.

 
El anuncio de buscar la inversión de un trillón de dólares, que equivaldría a un millón de millones de dólares como lo entenderíamos en México, es una enorme zanahoria para muchos sectores productivos.

 
Y junto con el anuncio de bajar los impuestos corporativos, lo que tenemos es como aventar al cordero de la estabilidad fiscal estadunidense a los leones hambrientos del sector privado.

 
¿Qué hombre de negocios en su sano juicio quisiera quedarse fuera de esa orgía de tanto dinero y tan bajos impuestos? Ninguno.

 
Por lo pronto, Rogelio Zambrano, presidente de Cemex, ya dijo que su empresa transnacional está en la mejor disposición de cotizar el número de bultos de cemento que requiera Donald Trump para sus obras.

 
Esto que suena a escándalo cuando cruzamos el nombre de una empresa mexicana con el plan de construir un muro en la frontera, tiene que tomarse con mucha más serenidad.

 
En el caso específico de Cemex estamos ante una empresa global, con presencia en más de 50 países que no puede autodescalificarse por no saber si sus productos serán usados para construir un hospital o un paredón de fusilamiento.

 
Como mexicanos lastimados por Trump, quisiéramos ver que ni una sola varilla nacional cruzara la frontera para aprovechar alguno de los dólares del trillón que dice el Presidente de Estados Unidos que va a gastar en infraestructura. Pero entonces le estaríamos haciendo el trabajo sucio a la Casa Blanca y se sentirían felices de esta automarginación.

 
No es fácil el momento que enfrenta la relación México-Estados Unidos y, por lo tanto, hay que tomar con mucha madurez las acciones a seguir. Si caemos en el juego que plantea la administración de Trump o, bien, lo hacemos entender que nos necesita.

 
Que no pueden crecer sin la mano de obra mexicana, que muchos sectores productivos viven de exportar a México e incluso que para sus enormes proyectos de infraestructura de un trillón necesita de los productos mexicanos.