La Barcelona que despertó agobiada por verse tan superada por el Real Madrid, por la creciente nostalgia de Neymar, por el hartazgo hacia la directiva que encabeza Josep María Bartomeu, por la lesión de Luis Suárez, por la pendiente firma de renovación de Lionel Messi, por la incertidumbre sobre la llegada de refuerzos que ilusionen…, esa misma Barcelona recordó horas después, de la más brutal forma, las genuinas prioridades.

 

Se insiste en la Ciudad Condal en que el Barça es más que un club y, puestos a ello, sobran antecedentes para ilustrar tamaña significación: que en 1925, durante la dictadura de Primo de Rivera, el estadio de Les Corts resultó clausurado por pitar el himno español; que a consecuencia de eso, el fundador de la entidad blaugrana, el suizo Hans Gamper, sería expulsado del país; que pasada la Guerra Civil, Franco quiso modificar el sentido del Barça al intentar rebautizarlo “España”; que el Camp Nou se convertiría en el único sitio donde se hablaba el prohibido idioma catalán; que en 1972, con el dictador todavía en el trono, ya se imprimieron los registros de socios en catalán y en 1975, a un mes de su muerte, el Camp Nou fue el primer sitio de concentración masiva de banderas catalanas, precisamente en el primer Barça-Madrid post-dictadura.

 

Tantas referencias son indispensables para entender por qué desde la partida de Neymar o, incluso mucho antes, desde la eliminación barcelonista en la pasada Champions, se ha insistido que Barcelona estaba en horas de angustia, en crisis, cual si nos refiriéramos a la urbe catalana. El Barça representa a Barcelona como pocos o ningún otro equipo representan a su ciudad…, pero aunque a veces la retórica nos lleve a ello, está claro que Barcelona es mucho más y que el último de sus problemas es el que lleva balón –retomando a Jorge Valdano: el futbol es lo más importante de entre todo lo menos importante.

 

Barcelona está y estará de pie. Por su cultura de solidaridad y humanismo; por su tradición de literatura y pintura, de arquitectura y escultura; por su primordial relevancia no sólo para los catalanes, sino para todo el mundo; por su respeto a la vida, a la diversidad, a la solidaridad, a la convivencia de quienes parecen o piensan diferente; por su apego a la política y nunca a las armas, aun en temas tan complejos como sus afanes de independentismo –a todo esto, al minuto 17 con 14 segundos de cada partido (alusivo a 1714, cuando los catalanes consideran que fueron sometidos por el Estado español), clama el Camp Nou: ¡In… inde… independència!

 

Y luego el terrorismo que pretende unificarnos a todos en el odio, en el rencor, en el revanchismo, en la paranoia. Si en un sitio esa voluntad está destinada a fracasar es en esas Ramblas, es ante ese mercado de la Boquería, es en los vecinos callejones del Barrio Gótico, donde a la vez se pueden escuchar diez idiomas y ver personas de diez países, donde la pregunta menos relevante es la religión o procedencia.

 

¿Y el futbol? Por mucho que hoy enfaticemos su nula prioridad, debe de insistir en el primero de sus mensajes, en el primero de sus ejemplos: convivencia, respeto, multiculturalidad, capacidad para cohabitar con reglas y objetivos en común.

 

Twitter/albertolati

 

caem

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