Pensemos en Nerón que sólo dejó de repudiar los viejos Juegos de Olimpia cuando, por la fuerza, se le permitió participar y ganar todas las competencias –incluida una carrera en la que no llegó a la meta por volcadura de su carruaje y también la prueba de canto.

 

Pensemos en la Edad Media, cuando era común que los reyes prohibieran eventos deportivos –Eduardo II de Inglaterra, 1314: “por cuya razón pueden brotar muchos demonios, Dios no lo permita, ordenamos y prohibimos, a nombre del rey, bajo pena de prisión, practicar tal juego en la ciudad”.

 

Pensemos, recientemente, en el veto a cargo de dictadores más similares a villanos de Batman que a jefes de Estado –por ejemplo, Muammar al-Gadaffi, enfadado además por el tiempo que su hijo Saadi dedicaba al futbol.

 

Pensemos en todos ellos y añadamos a Donald Trump a la lista, con el llamado a boicotear la NFL que efectuó este fin de semana. Jornada en la que podría pensarse que el presidente estadounidense no tenía demasiado que hacer o en qué pensar, con hasta 12 de 18 tweets dedicados a deportistas. Todo eso, mientras sus ciudadanos de Puerto Rico eran devastados por un huracán, mientras su confrontación con Corea del Norte escalaba, mientras había tiroteos en sitios como Tennessee…, sobre todo, mientras la teoría dicta que habría de estar gobernando o, por lo menos, cohesionando a su población.

 

El resultado fue el fin de semana más político en la historia de este país: multitudes de atletas protestando en lo específico contra el presidente, pero en lo general contra las barreras raciales que perduran.

 

Lo que no consiguieron el boxeador negro Jack Johnson (tan desafiante que rompió las reglas al casarse con mujeres blancas y que el establishment buscaba una “Gran Esperanza Blanca” que lo venciera en el cuadrilátero), el multimedallista Jesse Owens (se quejaba de que mucho se habló de la reacción de Hitler en Berlín, pero no de que volvió a su país a sentarse atrás y segregado en el transporte público), los atletas John Carlos y Tommy Smith (alzaron el puño en la premiación de México 68, a lo Black Power), el gigante Muhammad Ali al negarse a combatir en Vietnam (“¿Quieren que vaya a un sitio a pelear por ustedes? Ustedes ni siquiera se levantarían por mí aquí en Estados Unidos”), lo ha iniciado Colin Kaepernick y lo han consumado los tweets de Trump.

 

Por sus posturas y activismo, Kaepernick fue privado de participar en esta temporada de la NFL (desfachatada violación de su derecho a expresarse), pero este fin de semana ha logrado algo más relevante que un anillo de Súper Tazón. En las Grandes Ligas ya hubo protestas: Bruce Maxwell fue el primero en hincarse durante el himno y, para quienes dicen que eso va en contra de los soldados, este cátcher es hijo de un veterano y nació en una base militar estadounidense. En la NBA el choque está más abierto que nunca (Kobe Bryant dijo que un presidente que crea ese odio y división no puede hacer grande a la nación). Y en la NFL, a la que dirigió su dardo, perdió en definitiva la batalla, con apoyo en camisetas a Kaepernick, jugadores calentando mientras sonaba el himno y otros que ni siquiera salieron del vestuario para escucharlo.

 

¿Algún amigo en el deporte? Sí, los Penguins de la NHL que reiteraron su voluntad de acudir a la Casa Blanca, a lo que el magnate respondió Great Team! Precisamente la liga que menor presencia de negros e hispanos tiene, la más blanca como el electorado de Trump.

 

Twitter/albertolati

 

caem

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