En “Bajo Selva” se percibe un deseo de felicidad superior al diktat (dictado) de los clichés de la vida difícil. Aunque lo sea. De Richemont comenzó a trabajar su serie cuando su amigo, el fotoperiodista Joel Martínez, lo invitó a Chiapas, a su tierra de origen. “Me quedé un rato, no bastante, el tiempo suficiente para querer regresar. Se trata de generar confianza y amistad aunque sea tartamudeando la lengua. La fuerza tranquila del corazón tzeltal y su perspicacia invitan a quedarse”.

 

A su vuelta, el fotógrafo de 35 años trajo consigo una serie de imágenes —al estilo de otro fotógrafo parisino de los años 70, Robert Doisneau— que intiman en una vida cotidiana que uno podría imaginar como un esbozo del jardín del Edén. La fuerza de la selva. “El efecto es corporal, físico, total y brutal. La selva es el personaje omnipresente. En el sur de América la llaman Pachamama. Acá, le rodea una suerte de alma vibrante; la penumbra da luz. Los sentidos entran en otra dimensión, hostil, y, sin embargo, acogedora. Es el reino del jaguar”.

 

Fuera de los estereotipos de género (ausentes en sus fotografías) el periodista viajero de facha flaca, ata el andar de San Francisco a nuestra realidad contemporánea mediante sus íntimas instantáneas. “Trato de no imponer mi visión, más bien dejo que esa realidad ajena impresione el negativo por su densidad. La historia llega luego… editando”, explica con acento suave, producto de su viaje a México desde Cabo de Hornos, en Chile.

 

Lee la nota completa en nuestra revista digital VIDA+