Una mirada a la genialidad del escritor y ensayista italiano Umberto Eco (Alejandría, 1932), en la que se descubre la mente despierta, apasionada y metódica del autor, es la que se puede encontrar en “Confesiones de un joven novelista”, un texto por demás interesante, cuya versión en español ya circula en el mercado editorial mexicano.

 

Se trata de una serie de conferencias en las que, con ese estilo juguetón y hasta un tanto socarrón, Eco comparte o disiente de la crítica que se ha hecho de su faceta literaria, que comenzó hace poco más de 30 años, cuando lanzó su célebre novela “El nombre de la rosa”.

 

A lo largo de 222 páginas, el reconocido semiólogo italiano explica por qué se considera un joven novelista aún cuando esté por cumplir 80 años, ya que su tardía incursión en la literatura, dice, le hacen creer que “tiene aún unos 50 años de carrera por delante…”.

 

Señala que aunque su objetivo no es compartir la fórmula mágica del éxito de Eco como novelista, lo cierto es que sí pueden hallarse muchos de los rasgos que caracterizan su sólida literatura, plasmada en como “Baudolino”, “El péndulo de Foucault”, “El nombre de la rosa” o “El cementerio de Praga”, por citar de las más renombradas.

 

Sus novelas, afirma, están sujetas a muchas restricciones que no siempre revela, pues “para escribir una novela exitosa es necesario mantener en secreto ciertas recetas”.

 

No obstante, admite, una de sus principales características es que toda su literatura parte, de modo invariable de ideas fecundas, que nacen como poco más que una imagen y que permanecen allí, ocultas, hasta que algo las detona y entonces por determinado tiempo y espacio les dedica tiempo completo a su desarrollo, aunque no lo parezca.

 

Otra puede referirse a la ambigüedad, esa que gusta de mantener en aras de que sus lectores puedan sentirse libres de interpretar sus textos según sus particulares contextos.

 

También se refiere a la definición de los personajes de una novela y a la capacidad que tienen los autores para manipular las emociones del lector.

 

Una parte sin duda interesante es en la que habla de la doble codificación que existe en sus novelas, pues considera a ésta más que un tic aristocrático, una forma de mostrar respeto por la inteligencia y la buena voluntad del lector.

 

También llama la atención el seguimiento que ha hecho siempre a la crítica literaria sobre su obra y a la correspondencia con sus lectores, a veces para nutrirse de ellos, otras para descubrir novedosas lecturas de su propia obra, que pueden incluso no tener nada que ver con la intención original.

 

Los capítulos finales del volumen publicado por Lumen, los dedica a mostrar la pasión que siente por las listas prácticas y poéticas, la cual explica su peculiar manera de ver el mundo.

 

El texto está construido a base de preguntas que formula Eco y las respuestas ingeniosas que él mismo ofrece al lector, como cuando se refiere a un episodio con un editor de un país del bloque del Este, mucho antes de la Perestroika, objetó la entrada de la novela “El nombre de la Rosa” porque hablaba de la invasión de Checoslovaquia por parte de Rusia.

 

La restricción le pareció tan irrisoria que la respuesta fue: “Menciono Praga al principio porque es una de mis ciudades mágicas. Pero también me gusta Dublín. Ponga Dublín en lugar de Praga. No hay ninguna diferencia”.

 

El traductor, dice Eco, protestó aduciendo que Dublín no había sido invadido por los rusos! Y él le replicó irónico que desde luego eso no era culpa suya. (Notimex)