En los últimos dos meses hemos podido ver en innumerables ocasiones las imágenes proyectadas del aeropuerto de Texcoco: una gran X, que a su vez simboliza la ortografía de “México”. Tiempo atrás, sin embargo, tuve oportunidad de conocer un proyecto distinto al de Norman Foster y Fernando Romero: consistía en dos X en vez de una; menos estéticas pero la lógica me dice que más económicas.

 

La gran X de Foster-Romero exige que la terminal principal esté acabada desde el primer día de operaciones del aeropuerto, si bien las posiciones de contacto puedan ir creciendo conforme se incrementen las operaciones. Esto genera una capacidad que estará ociosa los primeros años de operaciones. Pensar en dos X menos estéticas implica que el primer día de operaciones tengamos una terminal (la primera de las X) de la mitad del tamaño de la de Foster-Romero y conforme se incrementen las operaciones se construya, por etapas, la segunda X.

 

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En un país en el que cada que soñamos con el desarrollo hay un hecho que nos sienta en la realidad (algo que reflexionamos en este espacio el pasado 18 de agosto). Aeropuerto, trenes, reformas estratégicas, pero el país indignado y dolido por Ayotzinapa. Vuelvo una vez más a la reflexión, ¿qué hacemos para que no pongamos la ciudad a los pies del aeropuerto, sino a éste al servicio de la ciudad o de la región?

 

Con esta preocupación nos hemos reunido, lo mismo ciudadanos independientes que organizaciones de la sociedad civil, para crear Región 52 (region52.mx), una iniciativa para “abrir un diálogo, una conversación propositiva sobre la iniciativa ‘Plan Bioregional a 52 años’ de la Ciudad de México”.

 

Estamos por iniciar la construcción de uno de los aeropuertos más grandes del mundo. La proyección es a más de 50 años. De no cambiar la tecnología aeronáutica, este aeropuerto seguirá en operaciones dentro de 52 años. ¿Es lo único que planearemos a largo plazo? No pensar regionalmente a largo plazo terminaría explicando por qué se prefirió una hermosa X que salga en todas las fotografías aéreas de la ciudad, a una doble X mucho más conservadora en su inversión y mantenimiento.

 

El planteamiento de Región 52 es positivo y propositivo. Nos preocupa el Lago de Texcoco, por supuesto, pero vamos más allá: con o sin aeropuerto, qué tendríamos que hacer para lograr la sustentabilidad de la cuenca endorreica que le da cabida a la Zona Metropolitana de la Ciudad de México. ¿Cómo podemos aprovechar las aguas pluviales?, ¿cómo tratar localmente aguas residuales y residuos sólidos?, ¿cómo movernos en la cuenca?, ¿cómo vivir y convivir?

 

La idea de un “plan biorregional” es completamente abierta. Hemos enunciado proyectos posibles para el plan biorregional, pero esto en realidad va más allá: hay que generar metodologías para llegar a una planeación holística de la región central que detone el desarrollo sustentable y que no nos encontremos dentro de unos años endeudados por el aeropuerto, con una red de autopistas elevadas que sólo pueda utilizar el 3% más rico de la población y el descubrimiento de que seguimos padeciendo inundaciones, sigue escaseando el agua, seguimos creciendo de forma horizontal y con la duda de dónde confinaremos las miles de toneladas de residuos sólidos que se generan todos los días en la zona metropolitana.

 

Necesitamos un nuevo aeropuerto y eso lo entendemos. De entre las ubicaciones posibles, queremos creer que la de Texcoco es la mejor a pesar de los riesgos que implica. De los diseños posibles, podemos suponer que la X de Foster-Romero será la mejor promotora de la ciudad, pero no podemos seguir con estos bienintencionados supuestos hasta el infinito: hagamos algo mejor para estructurar nuestro futuro desde hoy. Detonemos la planeación de la cuenca desde la ciudadanía y con la mejor disposición para trabajar con las autoridades.