Los gobernantes en México suelen enaltecerse a partir del corte de listón. Mientras más grande sea la obra que inauguren, más satisfechos se sentirán de su gestión. Todos sabemos el enfoque equivocado que esto representa, y los riesgos que tan mala estrategia conlleva: ¿y si su obra maestra falla?

 

Carreteras, puentes, avenidas, metro, trenes, metrobús, abastecimiento de aguas, universidades, hospitales, edificios, etc. Mientras más metros cúbicos de cemento tenga, mejor. Mientras más haya costado, mientras se vea de más lejos, mientras se hable más de ella (bien), mejor. El resultado para el país ha sido desastroso.

 

Pensemos en los últimos 50 años de la Ciudad de México. Alfonso Corona del Rosal: primeras 3 líneas del metro; Alfonso Martínez Domínguez por un breve lapso, y luego Octavio Sentíes, quien en tiempos de Luís Echeverría construyó vialidades como Río San Joaquín; luego vino Carlos Hank González, que amplió el metro y el abasto de agua con el sistema Cutzamala, construyó los ejes viales y la Central de Abastos. Con Ramón Aguirre Velázquez la principal obra fue la ampliación del metro a 8 líneas.

 

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Con Manuel Camacho Solís se hicieron 2 líneas del metro, se ampliaron avenidas y se construyeron puentes. A Camacho lo sucedió Manuel Aguilera por un año y luego vino Óscar Espinosa Villarreal. Salvo algunos pasos a desnivel, la administración de Espinosa, de tan solo 3 años, no tuvo gran obra que presumir. Inició la construcción de la línea B del metro, pero ésta fue inaugurada una parte por Cuauhtémoc Cárdenas, otra por Rosario Robles, quienes tampoco hicieron mayores obras.

 

De Andrés Manuel López Obrador podemos recordar en particular dos obras: el segundo piso del Periférico y el Metrobús. Omito a Alejandro Encinas que estuvo en el cargo poco más de un año. Marcelo Ebrard tiene una obra emblemática de su administración, la línea 12, hoy vilipendiada, pero también otros símbolos relacionados con la movilidad, como Supervía, Ecobici y Metrobús.

 

La administración de Miguel Ángel Mancera se acerca a la primera mitad y todavía no se perfila ninguna gran obra que lo caracterice. Esto no necesariamente es malo. Está por iniciar la ampliación de la línea 12 del metro, se habla de algunas ampliaciones más, obras viales en curso, de Metrobús también, pero carecen de la grandilocuencia que acompañó a sus predecesores. Masaryk tendría que haber sido una de las obras a presumir, pero ha quedado como el mejor ejemplo de cómo no gestionar un proyecto.

 

Más como capricho que una política de promoción del espacio público, una autoridad distinta de la Autoridad del Espacio Público, ProCDMX S. A. de C. V., anunció la construcción de un parque elevado en Avenida Chapultepec. Supongo que la sensatez prevalecerá y no será construida tal aberración; pero si deciden imponerla será por intereses económicos y la prisa por una obra que inmortalice al Dr. Mancera.

 

Como el sexenio ya va a avanzado, yo recomendaría al Jefe de Gobierno una ruta distinta: los procesos. Lo mejor que puede dejar Miguel Ángel Mancera hacia el futuro es una ciudad procedimental, no una ciudad en la que la inspiración divina lleve hasta la mesa obras que no tienen pies ni cabeza o que al final de cuentas se hacen contra reloj. Mancera debe empujar la ruta de la planeación, antes que de la improvisación, lo que en el largo plazo lo dejará como uno de los mejores Jefes de Gobierno de la Ciudad de México. Procesos son amores, y no buenas razones.