Soy un convencido de que un policía o un ejército significan lo mismo y nada si no hay una sociedad que defienda la paz y sus valores. Estos últimos días, me parece, lo hemos constatado en México y en Francia.

 

México no parece ser un país seguro para ejercer el periodismo. La Ciudad de México es quizá una isla, pero entre una serie de periódicos regionales entregados al gobernador en turno, y ya decenas de periodistas asesinados en los últimos años, México ha vivido varias veces la tragedia de Charlie Hebdo, sin que la sociedad esté iracunda.

 

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El 2015 se inauguró con la desaparición del periodista independiente Moisés Sánchez Cerezo, y no sólo no hay una reacción generalizada de la sociedad; el gobernador de Veracruz se da el lujo de juzgar su trabajo con impunidad: “activista y taxista”. Moisés Sánchez dirige un pequeño periódico local ¿eso justifica su desaparición? En México sí, al menos para Javier Duarte.

 

En París, horas después de la masacre cometida en la sede de Charlie Hebdo, la sociedad, representada por decenas de miles de personas, se había volcado a las calles. El viernes caminé por la calle mexicana de Campos Elíseos, con cierta distracción, de pronto miré en el piso repetido el nombre de “Charlie Hebdo”. Un pequeño homenaje de apenas un metro cuadrado a las puertas de la Embajada de Francia en México. Francia conmocionada por la tragedia, nosotros conmocionados con nuestra tragedia, pero distantes de la francesa: un atentado a la libertad de expresión no nos mueve, estamos acostumbrados.

 

Las manifestaciones en torno a Ayotzinapa han generado la participación multitudinaria de decenas de miles de mexicanos. Unos pocos infiltrados y radicales han opacado a las masas pacíficas, la respuesta de la sociedad no puede ser unívoca ni en estos casos porque para ello se inventaron los porros. Al final, un Estado, una sociedad dividida y el terror sembrado en buena parte del territorio nacional.

 

En Francia el trabajo policial ha sido expedito y contundente, no hay delincuentes “abatidos”, hay muertos en las refriegas, detenidos que serán juzgados y una persona en fuga, que terminará siendo capturada. No hay un lenguaje de la justicia – ficción, como en México; hay instituciones y hay sociedad.

 

En noviembre y diciembre vimos que el deterioro de la seguridad en Guerrero derrumbó el turismo en Acapulco e Ixtapa. Sin embargo, el fervor vacacional y la cercanía relativa de Acapulco detonaron un milagro: 96% de ocupación hotelera para año nuevo. ¿Podemos confiar en la policía de Acapulco? No, pero sí en la sociedad. Fueron las familias que decidieron pasar las fiestas en el puerto las que dieron seguridad.

 

El reto es complejo para Francia y para México. La sombra de la delincuencia organizada se vive en México y la sombra del terror se vive en este momento en Francia. El desenlace incierto es difícil para ambos. Francia tiene un tejido social más sólido, pero la convivencia con el islam y con el mundo árabe pueden generar polarización e intolerancia. Sin embargo, en México el horizonte se antoja complejo, a no ser que justo sea la sociedad la que aporte la solución.

 

El panorama no es halagüeño, pero si analizamos dónde ha mejorado la seguridad en los últimos años (Tijuana, Ciudad Juárez o Distrito Federal), el papel de la sociedad ha sido fundamental. Francia lo entiende ¿y nosotros?