Para unos, Adán Cortés es un oportunista; para otros, Adán Cortés es un valiente. ¿Qué pensó Adán cuando sacó la bandera manchada de sangre? Desde mi perspectiva pensó que su papel, como mexicano residente en Noruega, era difundir lo que está pasando en México. Estemos o no de acuerdo con lo que hizo, Adán Cortés reflejó una convicción, una creencia, y actuó en consecuencia, para bien y para mal.

 

Malala Yousafzai, galardonada este año con el Premio Nobel de la Paz, junto con Kailash Satyarthi, ganó este reconocimiento también por convicción y por su acción bajo esa convicción: el derecho de los niños a la educación. ¿Son comparables la convicción de Malala y la de Adán? No, ella defiende el ejercicio de un derecho, ha arriesgado su vida, y él defiende una posición muy discutible en México y sin arriesgar la vida: la violencia proviene del Estado.

 

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Las convicciones pueden ser la semilla de transformación, también la de destrucción, como el cobarde ataque de esta semana contra niños en Pakistán, pero sin duda necesitamos convicciones. Con convicciones educamos, formamos, forjamos. Sin convicciones pervertimos al Estado y debilitamos las instituciones.

 

Tuve una formación de nueve años en colegio católico, más catecismo un tarde a la semana. Un domingo, yo tendría unos 11 años, tocó a la puerta de la casa Rosalía Valdés, hija de Tin Tan; venía con el Atalaya y “un mensaje del Señor”, pero mi madre le respondió con la convicción católica. Nos siguió visitando, ya sin esforzarse por convencernos: los católicos pierden terreno frente a religiones con más convicción y mística. Para Rosalía era raro encontrarse con una familia católica preparada.

 

Durante la era panista, los priistas mantenían la convicción de que ellos gobernaban mejor; los éxitos de Peña Nieto con las reformas alimentaban su convicción. Seguro que ahora, entre la deshonestidad que reflejan los préstamos de Higa y la incapacidad para manejar la crisis política, se desmorona su convicción, y sí en cambio crece la convicción en la sociedad de que Juan Armando Hinojosa forma parte de una cadena de sobornos que involucra al presidente mismo, pero sobre todo, la convicción de que esto debe cambiar.

 

En las calles prevalece la creencia de que en Ayotzinapa no fallaron las personas, sino las instituciones. Un expediente armado en la Procuraduría General de la República a base de testimoniales quiere convencernos de que no “Fue el Estado”, de que los quemaron bajo la lluvia, a más de mil grados centígrados y sin dejar rastros en un basurero en el fondo de una barranca. La realidad oficial dice que Ejército y Policía Federal no vieron nada, pero en las protestas hay la convicción de lo contrario.

 

Irrumpir en la ceremonia de entrega del Premio Nobel de la Paz no me parece lo correcto, pero fue un acto pacífico, de convicción, que tuvo dos consecuencias legales para Adán Cortés: una multa y una deportación. Miles o decenas de miles piensan como él y ocuparán la circunstancia que se les presente para interrumpir actos públicos. Ya Calderón vivió con esa sombra, pero desde un sector del mapa político que se fue reduciendo conforme pasaron los años de su gobierno; al parecer una tercera parte de los mexicanos simpatiza con la idea de que Peña Nieto renuncie. Le esperan 4 años difíciles aun cuando lo vuelva acompañar la fortuna; serán años de expresión de convicciones, que no sé si devengan en la transformación del Estado mexicano, pero mi convicción dice “Ojalá”.