La reforma constitucional que está a días u horas de publicarse y que modificará el estatuto del Distrito Federal ha generado la especulación sobre cuál será el nuevo gentilicio de la capital mexicana. Se trata de una discusión un tanto estéril, a mi juicio, porque la Ciudad de México siempre se ha llamado “Ciudad de México”.

 

El artículo 44, vigente al momento de escribir estas líneas, dice “La Ciudad de México es el Distrito Federal.” Es decir, la condición de “Ciudad de México” como nombre oficial de la ciudad no se modifica, por lo tanto el gentilicio tampoco debería modificarse, salvo que el defeño ya no podrá utilizarse, lo cual se agradece porque su proximidad con la palabra defecar generaba incomodidad.

 

Foto: Daniel Perales

Esta semana, en redes sociales, he bromeado con el “cedemexeño”, que estrictamente sería la evolución del gentilicio al pasar de la abreviatura DF a CDMX, pero no olvidemos que en realidad CDMX es una buena jugada mercadológica de la actual administración para promover la ciudad. Cedemexeño es un gentilicio a partir de la marca.

 

También ha surgido la voz “mexiqueño” como diferenciación del gentilicio “mexicano” para todo el territorio nacional y “mexiquense” para el Estado de México, lo cual salta a la luz nuestra pobre creatividad histórica: de 32 entidades, dos se llaman como el país.

 

¿Generan identidad los gentilicios? En la polarización catalana – española sobre su independencia, he leído que uno de los principales argumentos pro España es la historia: “Cataluña nunca ha sido independiente”; el mejor argumento que veo pro Catalunya (sic) es la identidad: hace mucho que no son España. ¿Qué somos los chilangos si no hemos sido estado federado?

 

Esta pregunta conlleva dos reflexiones. La más trivial es sobre el gentilicio “chilango” que habiendo nacido como un despectivo se vuelve la carta de presentación ante los originarios de “la provincia” o “el interior del país”. Ambos términos, provincia e interior del país, pueden llegar a ser sustancialmente más despectivos que chilango. Y si yo soy chilango, mi esposa es “rola”, es decir, bogotana. Rolo, al igual que chilango, describe una migración del resto del país a la capital. Rolo y chilango generan identidad, así no guste a todos.

 

La otra parte, relacionada también con la identidad, es ¿cuál es el gentilicio que aplica a quienes habitan en la cuadra de enfrente, que ya no se llama Ciudad de México? En tiempos de Manuel Camacho Solís, se recorrió la frontera en algunas colonias como San Felipe de Jesús, la división partía las manzanas y hacía que una casa tuviera su puerta en la capital y las recámaras en el Estado de México, o viceversa, y no se diga los casos en que esto fue usado a conveniencia, por gobierno y vecinos.

 

Esta ciudad es mucho más grande que la delimitación que refiere el “Ciudad de México”, término que hoy se vuelve más jurídico que geográfico. Habitantes de municipios conurbados que trabajan en la Ciudad de México serán mexiquenses y el gentilicio que corresponda a su municipio, si es que existe, porque no sé aún cómo pronunciar, sin hacer un trabalenguas, el gentilicio para Nezahualcóyotl o Tlalnepantla.

 

Más allá de la búsqueda de un gentilicio, lo que quiero dejar claro es que la reforma política de la Ciudad de México nunca miró por la identidad, nunca miró que esta “Ciudad de México” se desborda más allá de sus límites y no vio como suyos a los habitantes de la zona conurbada. Para los “suburbanos” la reforma se presenta como intrascendente y, por lo tanto, no debería ser definitiva.