Hemos obtenido reconocimientos por la accesibilidad de algunas de nuestras obras, y esto ha sido en buena medida gracias a la amistad entrañable que tengo con el Arq. Antonio Uvalle. Toño está en una silla de ruedas desde que estudiábamos Arquitectura, y nuestra amistad se intensificó años después gracias a la (buena) música. En realidad ambos padecemos una melomanía aguda –“afición desmedida”- y eso me ha puesto en varios conciertos y reuniones musicales con él (el más reciente de Ryuichi Sakamoto en el Metropolitan), dimos clase con el Arq. Nahím Dagdug hace varios años (genial experiencia), y hemos viajado juntos, inclusive. Hoy en día además de dedicarse al depurado sonido (Euroconceptos vende e instala equipos de sonido “high-end” ), Toño se dedica mayormente a la prevención de accidentes y la promoción de consciencia, moderación y respeto por el alcohol y el alcoholímetro en una labor ingente para evitar la silla de ruedas -por decirlo así- a la juventud de nuestro País. Muy resumidamente pero sin dejar de subrayar su loable tarea y su gran ejemplo.

 

En las dos conferencias que generosamente ha impartido en nuestra Escuela de Arquitectura con el tema Accesibilidad y Diseño Universal, ha iniciado lapidariamente con la misma sentencia: “El problema en nuestro País es que las leyes son sugerencias”. Y así es. La rampa –léase “la norma”- hay que ponerla para conseguir la terminación de la obra, para que te den tu licencia, para que te “liberen el trámite” y allí se localiza nuestro “tradicional” problema: en el cumplimiento forzado. Hacer por cumplir dejando de lado la convicción de un bien común: cuando las normas son rigurosas, es porque la gente “las observa”. Veamos, observancia y/o cumplimiento.

 

Como arquitectos, para lograr que un edificio sea accesible (¿qué no es lo mínimo que debería ofrecer la arquitectura y la ciudad hoy?) hay que ponernos en las ruedas de Toño, o en los zapatos de un ciego, o de alguien que está enyesado con muletas, o con dolor de espalda, o de una mamá con carriola simplemente (no aprenderse el reglamento de memoria!). El reglamento puede servir pero es mucho mejor ponerse “en el lugar de”, si no lo hacemos acabamos poniendo “inodoros de pedal” en baños para discapacitados. Pasa todo el tiempo y los inspectores no necesariamente se dan cuenta.

 

Considerando que la toma de conciencia en este tema se dio terminando la segunda guerra mundial, desde la primera mitad del siglo pasado el Instituto Mexicano del Seguro Social generó la más avanzada y profesional norma de nuestro País. Sus hospitales, clínicas y guarderías sirvieron de ejemplo para “accesibilizar” muchas edificaciones de otros géneros y escalas. Los alcaldes y jefes de gobierno de algunas ciudades de México también han hecho no poco trabajo en eses sentido, aunque aún falta mucho por hacer. El 29 de junio de 2011 se instaló el Consejo Nacional para el Desarrollo y la Inclusión de las Personas con Discapacidad (CONADIS), que promueve los derechos humanos, su inclusión y su participación en todos los ámbitos de la vida, y esto pudiera leerse como un gran avance en la toma de conciencia que promoverá el diseño universal desde las aulas de las escuelas de arquitectura: por ejemplo, para subir un escalón de 18 cms. se requiere una rampa de 2mts de longitud, al 9% de pendiente (como máximo si se trata sólo de un escalón) …esto no se puede diseñar al final de la obra, seguramente no tendrá cabida en ningún lado.

 

Y en ese sentido ¿de qué serviría cumplir con las pendientes cómodas, las alturas de los barandales, las longitudes máximas, los descansos y los anchos mínimos, los materiales… si a final de cuentas la rampa llega a la puerta de servicio? La norma número uno –creo que no aparece en ninguna parte- se llama “Sensibilidad”, porque de eso se trata, de entrar por igual, por la puerta grande a todos lados, y eso implica incorporar accesibilidad desde el principio de cualquier proyecto. Recorrer un edificio y sentir que “el arquitecto pensó en mí”, es una buena señal y el único reconocimiento –el del usuario- al que hay que aspirar: el arquitecto pensó en mí.

 

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