Una de las razones por las cuales era atractivo seguir los Arieles de este año es que, por primera vez en décadas, estábamos frente a una entrega realmente competida. El cine mexicano no sólo habría conseguido una recaudación en taquilla histórica en 2013, sino que el número de películas producidas y estrenadas aumentó considerablemente respecto a años anteriores. Es un hecho, el público mexicano (al menos en 2013), volteó de nuevo la mirada hacia el cine hecho en su país.

 

El Ariel 2014 debió celebrar esos logros, debió celebrar que a pesar de las cantaletas de siempre, cintas como Nosotros los Nobles (Alazraki) tuvieron la capacidad y talento suficiente para aguantar el embate de los estrenos norteamericanos permaneciendo varias semanas en cartelera; debió celebrar que cintas como Los insólitos Peces Gato (Saint-Luce) decidiera mostrar a una clase media que si bien no está libre de dolor prefiere seguir adelante antes que autocompadecerse; celebrar el crecimiento de un cineasta como Amat Escalante quien con Heli llama la atención sobre el horror cotidiano del narco mediante un despiadado pero siempre bien filmado western antes que hacer una simple “denuncia”; festejar una cinta como La Jaula de Oro (Quemada-Diez) que sin un ánimo panfletario vino a demostrar que no todo se ha dicho acerca de la migración, sino que detrás de todo migrante hay algo más que una simple víctima; celebrar que aún hay espacio para la comedia sin necesidad de estar trastocado por el humor televisivo, como es el caso de Club Sandwich de Fernando Eimbcke.

 

Pero al final la oportunidad fue desperdiciada, el discurso en los Arieles no ha cambiado. La actriz Blanca Guerra, en su calidad de directora de la Academia, recurrió a los mismos argumentos de siempre: el problema no es nuestro cine, el problema son los demás.

 

“Hoy, por desgracia, los circuitos de distribución y exhibición no le son favorables [al cine mexicano…].Seguimos viviendo circunstancias dolorosas, no resueltas, en materia de distribución y exhibición de nuestro cine, […] Hollywood sigue acaparando la atención del público”, dijo Blanca Guerra frente a un Palacio de Bellas Artes que probablemente esperaba escuchar propuestas para mantener el ritmo de estrenos y de taquilla del año pasado y no los mismos pretextos de siempre.

 

Una oportunidad desperdiciada porque la Academia decidió ignorar groseramente a Nosotros los Nobles o Los Insólitos Peces Gato y en cambio le dio todo a La Jaula de Oro, en un afán no de reconocer los indudables méritos de aquel filme, sino de proceder con toda corrección política. Curioso que la única película cuyos personajes pueden malinterpretarse como víctimas sea precisamente la que se lleve todos los premios de la autocondescendiente y siempre victimizada Academia de Cine mexicano.

 

Una oportunidad desperdiciada porque la Academia no supo hacer lo que el cine mexicano sí logró el año pasado: retomar el interés de su público. Porque con esa transmisión “en directo…pero diferida” no solo confirmó la sospechas de una ceremonia mal organizada sino que mostró su total falta de inventiva al no recurrir a internet como alternativa de transmisión en tiempo real. Porque a la prensa (otra forma de acercarse al público) la mandó a mojarse a la calle, en una carpa completamente improvisada a la intemperie.

 

Eugenio Derbez, al anunciar su decisión (que parecía más bien rabieta) de no inscribir No se Aceptan Devoluciones para competir por el Ariel, argumentaba, entre otras cosas, lo alejada que estaba la Academia del público que ve cine en México. Luego de los resultados de la pasada entrega, de las groseras omisiones, de los discursos añejos, bien cabría preguntarse si acaso Derbez, al final, tuvo razón.