Preocupante síntoma el admitir que se juega una final tan lejos en espacio de Rusia, tan lejos en tiempo de julio de 2018.

 

Así llega Argentina a su partido clasificatorio de este jueves ante Perú: con buena parte de su prensa, con buena parte de su afición, insistiendo en que se trata de una final.

 

Resulta indiscutible, sí, que un empate –por no decir, una derrota– podría orillar a la albiceleste a despedirse incluso del quinto puesto sudamericano que lleva a la recalificación. Tan indiscutible como que la cosecha de 24 puntos de 48 disputados en la eliminatoria ha sido paupérrima e impropia de un grupo que tiene semejante cantidad de recursos.

 

Aunque puestos a síntomas, es todavía peor éste otro: saber que este futbol no ha parado de generar talento, que es difícil encontrar a un equipo grande que no tenga a argentino alguno en sus filas, que cuenta con una estrella de dimensiones difíciles de ser repetidas en la historia, que esa estrella no está de ninguna forma sola o falta de apoyo de otros cracks, y que, pese a todo, los últimos ciclos han estado siempre rodeados de turbulencia.

 

Cambios constantes de seleccionador (siete en una década), improvisaciones e incoherencias, un caos a nivel federativo, más una presión desde la grada que los jugadores suelen padecer para aguantar, tienen a una de las mayores potencias del balón recargada contra las redes y esperando evitar el nocaut del Mundial.

 

Algo se tiene que estar haciendo muy mal para disponer de tamaña constelación y aproximarse en estado de pánico a un cotejo como local frente al mucho menos connotado Perú. Algo que ya duró demasiado tiempo, porque desde 1993 Argentina no ha levantado trofeo alguno, porque generaciones y generaciones de astros albicelestes han conquistado Europa pero sin obtener campeonato alguno con su cuadro nacional.

 

Hubo una época en la que se pensaba que lo mejor que podía suceder a un plantel era que sus jugadores estuvieran desperdigados por las mayores ligas del mundo. La lógica dicta que así elevan su nivel, se exponen al mayor desafío competitivo, crecen física y mentalmente. Lo que entonces no se contempló, fue que esos talentos terminaran por padecer una especie de desarraigo deportivo: que aprendieran a jugar tan bien en el exilio, en sus canchas, bajo sus condiciones, que cada retorno a casa implicara una suerte de traumas e inseguridad.

 

Si a eso añadimos una federación local en estado penoso, más una afición que pretende cobrar en un partido el par de décadas de frustraciones, más una sociedad que intenta remediar con futbol todos los demás rubros que no funcionan (que son la mayoría), entonces tenemos a un grupo de estelares que se ve superado.

 

La lógica dice que frente a Perú, que acumula casi 40 años sin ir a un Mundial, Argentina tiene que arrasar. Si fuera así de claro para su propia gente, no se vería el partido como una triste final; triste por su lejanía de Rusia, triste por su lejanía de julio de 2018.

 

Twitter/albertolati

 

caem

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