Los árboles han sido a lo largo de la historia venerados por distintas culturas en todo el planeta. En Occidente, el celta ha sido el pueblo que ha dejado unas huellas más profundas por su estrecha relación con la naturaleza y el conocimiento que de ella extrajeron, donde los árboles se convirtieron en el eje central de su mitología y teurgia.

 

Los celtas poblaron buena parte de Europa hasta que los romanos y germánicos les fueron expulsando de sus tierras y terminaron por instalarse en el norte de las Islas Británicas, Irlanda, Francia y norte de España. Las crónicas sobre su existencia, creencias y costumbres las tenemos por legado de autores griegos y romanos.

 

Practicaban una religión de la que se sabe poco, aunque su mundo de héroes, druidas y magos ha inspirado leyendas posteriores, como los mitos artúricos.

 

Palabras del viento y de la tierra

 

Los árboles, en el mundo celta, significaban la esencia pura de la naturaleza, eran el hogar. Los druidas, sacerdotes célticos, analizaban todos los signos que percibían de la naturaleza para poder conversar con ella, y cuando se invocaba a un dios, se hacía entre otras cosas para conseguir el favor o “palabras del viento y de la tierra”, en la mayoría de los casos a través de los árboles.

 

Los árboles y los bosques fueron símbolos de vida y protección en la teurgia céltica y a su alrededor fue desarrollándose su cultura. En su tiempo, los druidas, inspirados en la magia estacional de los bosques, desarrollaron un horóscopo protector, que como la mayor parte de las culturas de su tiempo se encontraba inexorablemente ligado a las fases de la luna.

 

Los árboles eran para el pueblo celta además de fuente de energía, el nexo físico y divino con los tres planos representados, primero, por el tronco del árbol que significaba el mundo material porque de este extraían la leña y los alimentos.

 

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Foto: EFE

 

 

En el segundo plano se encontraba el mundo de los sueños, representado por las raíces del árbol que se internaban en el suelo subterráneo, donde se encontraba el inframundo y el mismo secreto de la sabiduría de la Tierra.

 

El tercer plano estaba representado por la copa del árbol y sus ramas que se dirigían hacia el cielo y eran movidas por el viento; para los celtas era la parte del árbol que significaba el plano divino de la conciencia, el elevado plano suprahumano.

 

Los árboles eras tan importantes para los pueblos celtas que incluso los druidas y las druidesas vivían en ellos y en escasas ocasiones se acercaban al poblado y se mezclaban con la gente, por lo que fueron considerados como grandes estudiosos de los árboles de la región y los escritos que nos han legado dan prueba de sus conocimientos.

 

El alfabeto del bosque

 

La importancia de los árboles era tal que en la elaboración del lenguaje tomaron la primera letra correspondiente al nombre de cada uno de ellos para conformar el alfabeto celta, en su idioma original llamado alfabeto ogham, que también es llamado el “alfabeto del bosque”.

 

Los bosques así, representaban catedrales para los druidas, y en ellos se llevaban a cabo sus fiestas, rituales y ceremonias. El poder de los dioses se encontraba místicamente en cada uno de los árboles del bosque y cada árbol era consagrado a un dios o simbolizaba una virtud.

 

En esta cosmovisión, la Luna era el referente por el cual transcurrían los estadios de la vida, así como las labores del campo y los acontecimientos vitales. El tiempo estaba dividido en 30 meses (fases lunares) y los 21 árboles sagrados regían las distintas etapas del año, así como los nacimientos y el carácter de los nacidos durante esa fase. A modo de horóscopo, el árbol que correspondía al periodo hablaba del carácter del individuo y su fruto le protegía de las visicitudes de la vida.

 

Los 21 árboles se dividían, dos para los solsiticios -Abedul en verano y Haya en invierno, dos para los equinoccios Roble en primavera y olivo en otoño y los 17 restantes repartidos a lo largo del año.

 

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Foto: EFE

 

 

Al primer grupo pertenecen las personas conservadoras y con talento organizativo (roble, haya, olmo, tilo, nogal, castaño, e higuera). Al segundo (olivo, manzano, abeto, ciprés, cedro, pino y arce) pertenecen aquellas personas que tienen capacidad intelectual muy desarrollada; y al tercer grupo (abedul, álamo, sauce, avellano, árbol Rowan o serbal, fesno y árbol Hornbeam o carpe) quienes tienen imaginación y capacidad de síntesis.

 

Ciertas colinas, lagos, cavernas, manantiales, pozos, monolitos, claros del bosque y antiguos círculos de piedras eran sitios de adoración sagrados por su vinculación con límites de campos sembrados de trébol y acontecimientos significativos del pasado. Pozos, manantiales, fuentes y estanques eran considerados símbolos femeninos, pasajes de agua que conducían al útero subterráneo de la Gran Madre. Sin embargo, los druidas preferían las arboledas de roble y los bosques.

 

Y finalmente, de los celtas ha quedado entre nosotros la popular expresión “toquemos madera”, que procede precisamente del carácter sagrado con el que estos pueblos envolvían al árbol, ya que creían que los druidas, tras la muerte, se encarnaban en un árbol y seguían velando por la salud de su pueblo.