A menos de que estuviera de vacaciones o sin acceso a internet durante los últimos días, lo más seguro es que ya haya visto algún video relacionado al Ice Bucket Challenge, el reto consistente en vaciarse un recipiente con agua helada y desafiar a tres personas a hacer lo mismo, o en su defecto realizar un donativo a la fundación estadunidense ALS, que ayuda a pacientes que sufren esclerosis lateral amiotrófica (o “Enfermedad de Lou Gehrig”, en referencia al jugador de beisbol de los Yankees de Nueva York, quien fue diagnosticado con este mal en 1939 y murió en 1941 a los 37 años).

 

La esclerosis lateral amiotrófica es una enfermedad progresiva causada por la degeneración de las neuronas motoras y raíces neurales que controlan los movimientos musculares voluntarios. La fundación ALS ha recibido hasta ahora alrededor de 17 millones de dólares en donaciones  (el año pasado apenas consiguió 1.6 millones de dólares). La causa tiene más de 200 mil nuevos donadores. El fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, los cantantes Justin Timberlake y Demi Lovato, el comediante Jimmy Fallon, el cantante Adam Levine, el actor Robert Downey Jr., varios deportistas y hasta Bill Gates se han sumado al reto. El poder de convocatoria de cada celebridad abona a la viralidad de los videos.

 

No todo ha sido miel sobre hojuelas. Como suele suceder en los casos de activismo cuya difusión e involucramiento se centra en redes sociales (el “hashtag activism”), varias voces señalan que una vez que pase la moda, el Ice Bucket Challenge habrá contribuido poco o nada a la causa que promueve, como sucedió con los brazaletes amarillos de Livestrong (la fundación contra el cáncer liderada por el ahora odiado Lance Armstrong), el movimiento Detengan a Kony (el monstruo militar africano), o de manera más reciente con #bringbackourgirls (el “hashtag” que aglutinó las peticiones de cientos de miles de personas al grupo islamista Boko Haram para que liberara a 100 muchachas secuestradas de una aldea nigeriana).

 

Lejos de ser una contribución filantrópica genuina, sostienen las voces críticas, el Ice Bucket Challenge es el Harlem Shake de 2014: un fenómeno viral fugaz e inofensivo. Puede ser. Como bien apuntaba Malcolm Gladwell a principios de la década en Pequeños cambios: la revolución no será tuiteada, un texto referencial publicado en The New Yorker, el efecto de las redes sociales para crear las estructuras de apoyo constante que requieren los cambios sociales de envergadura ha sido delirantemente sobrevalorado.

 

Las redes sociales operan como flujos de información en tiempo real capaces de encauzar la atención mundial a un suceso durante una coyuntura específica, pero no son fuentes generadoras de los vínculos sólidos; por lo menos no de las estructuras que sostienen a los movimientos programáticos capaces de alcanzar avances sustanciales en el cambio de paradigmas. Esos vínculos sólo pueden nacer de la interacción diaria y la posesión común de una agenda de interés.

 

00gatesCierto. Sin embargo, descartar por completo a estos fenómenos como “filantropía para flojos” o “narcisismo altruista” equivale a negar algo evidente: aunque su rango se limite a un espectro reducido, estas campañas cumplen con dos expectativas palmarias: uno, son extremadamente efectivas en generar atención en targets donde no existía una mínima conciencia del problema; dos, pueden generar una considerable cantidad de dinero en un tiempo corto. ¿Acaso el triunfo de Obama en 2008 no obedeció a un entendimiento profundo de estas dos variables, sobre todo la referente a financiamiento hormiga a través de redes sociales? No todo es blanco y negro. A veces la frivolidad también ayuda.

 

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