Una secta se define como un grupo o movimiento que exhibe una devoción excesiva a una persona, idea o cosa, a la vez que emplea técnicas cuestionables de manipulación para persuadir y controlar a sus adeptos. Una secta o culto está encauzada a conseguir las metas del líder del grupo como único fin, sin reparar en consecuencias actuales como el daño a sus miembros, a los familiares de ellos o a la sociedad en general. Si bien los cultos giran en torno a sagrados absolutos, no necesariamente requieren de una figura o creencia religiosa. Un ideario político, una metodología para “vivir mejor”, un liderazgo carismático, la pasión patriótica, en fin, existen muchos conceptos no metafísicos que pueden sustituir a la divinidad en una secta. El miembro no sólo debe aceptar que la idea a la que es devoto es más poderosa que él, sino que debe  interiorizar que la única realización individual posible radica en la lealtad a ese estilo de vida grupal.

 

En Inside Amazon: Wrestling Big Ideas in a Bruising Workplace, reportaje publicado por The New York Times el sábado pasado, los periodistas Jodi Kantor y David Straitfeld presentan una investigación que muestra a la compañía de comercio electrónico y “cloud computing”  liderada por Jeff Bezos como algo similar a una secta. De acuerdo con la investigación, compuesta por más de 100 entrevistas, los empleados aseguran que la compañía exige jornadas laborales inhumanas en las que no hay lugar para descansos o permisos de maternidad. Amazon está obsesionada con ser la compañía más exitosa del planeta, por lo que, según el reportaje, ha desarrollado un “darwinismo con propósito” donde sólo sobrevive el más apto.

 

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No hay compasión: correos electrónicos que llegan en la madrugada y demandan ser contestados inmediatamente; un sistema de evaluaciones anónimas que premia la complicidad informal y el linchamiento de los más débiles; ejecutivos que salen llorando de las salas de juntas, etcétera. Según el texto del diario neoyorquino, todo esto ha llevado a que Amazon sea  la compañía perfecta para trabajar en términos productivos, pero también “la más dura y con menos piedad”. La pasión con la que los empleados asumen la misión de la empresa es enajenante. “Esta es una compañía que aspira a cosas grandes, innovadoras  e iconoclastas, y hacer eso no es fácil”, sostuvo Susan Harker, una de las pocas ejecutivas de Amazon a las que se les permitió hablar oficialmente con The New York Times. “Cuando tu objetivo es la Luna, el trabajo puede ser demasiado para algunas personas”.

 

Hay varios elementos de la cultura de Amazon que recuerdan al comportamiento de una secta: una terminología new age para referirse a sus integrantes -“Amazonians” para los empleados normales, “Amabots” para los que se “han hecho uno con el sistema”; un ideario que funciona como “sagrada escritura” (y que entroniza preceptos como frugalidad, proactividad y eficiencia); un sentido de pertenencia que demanda ser la prioridad número uno de sus miembros, y un gurú carismático (Bezos) que promete una gloriosa visión de futuro. En una carta dirigida a los empleados, Bezos calificó al reportaje como un retrato falso de la compañía.

 

Lo mismo han expresado varios “Amazonians” en comentarios dirigidos al diario.  ¿Es posible que el texto de Kantor y Straitfeld contenga exageraciones o interprete mal ciertos puntos? Definitivamente, pero negar que existe un fenómeno de “culto corporativo” en varias organizaciones de corte “innovador” es perder una buena oportunidad para debatir sobre qué es lo que espera una “empresa ganadora” de sus empleados. ¿Son justas estas nuevas condiciones? ¿Es sana tanta entrega? Debería reflexionarse. A veces bebemos con demasiada facilidad el “kool-aid” de las marcas que admiramos.