Inexplicable hilo narrativo el de esta historia, donde introducción fue pináculo y el resto ha sido tormenta, estoico y prolongado declive.
A los 25 años, Fernando Alonso ya era visto como el heredero de Michael Schumacher. Así de pronto bicampeón de Fórmula 1, así de súbito codeándose con la historia, así de inmediato en su monoplaza Renault imponiendo tan arrebatadora hegemonía que era fácil visualizar un palmarés final con no menos de cinco títulos. Por eso McLaren le ofreció uno de los contratos más altos de la historia: desde 2007, el asturiano ganaría 40 millones de dólares por temporada.
Con lo que nadie contaba era con la disputa que en esa casa se desataría con su coequipero, un novato llamado Lewis Hamilton. Más preocupados por destrozarse entre sí que por competir con el resto del serial, incapaces de entender a su escudería como un colectivo, McLaren intentaría jugar con esa rivalidad al lanzar un anuncio musicalizado con la canción infantil de “Todo lo que tú hagas, yo lo puedo hacer mejor. Yo puedo hacer todo mejor que tú”. Ahí, como niños malcriados, los dos pilotos competían por registrarse primero en el hotel, por ganar el elevador, por entrar antes al gimnasio, hasta que al final ingresaban al sauna y se sorprendían de ver que Mika Hakkinen había llegado antes…, presagio de lo que al final sucedería: que otro finlandes, Kimi Raikkonen, con motor inferior, les arrebataría el título por un punto.
Así que volvió a Renault, pero ya nada fue igual. Nos comenzamos a acostumbrar a semblante de amargura, a sus dejos de frustración, a la certeza de que el mayor talento de una generación se estaba desperdiciando. Dos años más tarde, en Ferrari, pensamos que acaso volvería a lo más alto, pero por genial que fuera su desempeño, la brecha abierta por Red Bull resultó cada vez mayor.
Si en el Cavallino Rampante debía conformarse con el top-5, una vez de vuelta en McLaren, en 2015, su máximo premio posible era terminar las carreras.
Esta temporada no podía abrir peor: ha abandonado en los dos Grandes Premios que se han disputado. Lo ha hecho tras mostrar, sí, tan portentosa capacidad, como para preguntarnos: ¿qué hubiera sido de él si año con año hubiese dispuesto de un bólido adecuado?, ¿cuántas coronas totalizaría?, ¿cómo habría peleado con el Red Bull de Vettel, con los Mercedes de Hamilton y Rosberg, con todos quienes se han quedado la gloria en los años que, ilusos, pensamos que serían de su propiedad?
Semanas atrás, un editorial español lamentaba: “nunca se desaprovechó tanto talento en un deportista”. Y es la realidad, aunque tampoco podemos dejar de referir que tras cada temporada tirada a la basura, hubo decisiones que llevaron al piloto hasta esos incompetentes monoplazas.
Por ejemplo, renunció a Ferrari justo cuando en Maranello lograron mejorar un producto al que hoy saca provecho Vettel.
Para que con Fernando Alonso hablemos de un inmediato pináculo seguido por tan prolongado declive, algo más que mala suerte tiene que existir. Mala suerte, como sea, de los amantes del deporte motor, que nunca sabrán lo que pudo ser.
Twitter/albertolati

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