Fidel Castro. Ése era el nombre que nadie quería mencionar en la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara este fin de semana.

 

Sí, ese nombre –Fidel Castro Ruz–, el del revolucionario cubano que una y otra vez, por distintas circunstancias de la historia, se ha cruzado al de Mario Vargas Llosa.

 

Y no precisamente para beneplácito del escritor. Ni de Fidel, por supuesto (el repudio era mutuo).

 

Entre ambos se alzó –para celo imperecedero del autor de La ciudad y los perros– la figura y el cariño de Gabriel García Márquez hacia Castro.

 

De una u otra manera, el enfrentamiento entre los dos grandes escritores lo galvanizaba Fidel: el colombiano lo quería y lo admiraba. El de origen peruano lo despreciaba y lo detestaba.

 

El caso es que al amanecer del sábado, unas horas antes de que se inaugurara la FIL –en la que se haría un gran homenaje a Vargas Llosa por sus 80 años–, la noticia que acaparaba noticieros y conversaciones era la muerte de Fidel (ocurrida la noche del viernes).

 

Los organizadores se miraban con desconcierto. Una vez más, el comandante de la Revolución Cubana se atravesaba –así fuera muerto– al escribidor.

 

¡Ni mencionar su nombre, querían algunos!

 

Pero era difícil pasar de largo. “La historia juzgará el derrotero de la Revolución Cubana y la impronta de Castro”, apuntaría sin comprometerse mayormente Raúl Padilla, presidente de la FIL.

 

En cambio, el ex rector de la UNAM y actual secretario de Salud, José Narro Robles –quien acudió a la FIL en representación del Presidente de la República–, calificó de entrada a Castro como un “líder histórico” y “un personaje de la historia contemporánea”:

 

Hombre de talla universal a quien invoco a través de uno de sus pensamientos: ‘Quien no sea capaz de luchar por otros, no será nunca suficientemente capaz de luchar por sí mismo’”, recordó.

 

Pero era el propio Vargas Llosa quien menos deseaba mencionar a Castro.

 

Durante su charla sabatina sobre la literatura en América Latina, ni mencionar su nombre quiso. Apenas si dijo, de pasada y por encimita –con mezquindad, en realidad–, que la Revolución Cubana jugó un papel importante en el boom latinoamericano. Y punto.

 

En cambio, a García Márquez –con quien se peleó (a golpes, incluso) – lo mencionó varias veces. Cosa que, desde su pleito y mientras vivió Gabo, no hacía.

 

O sea, a Fidel, ¡ni muerto!

 

Sólo el diario El País sería depositario de una declaración suya sobre la muerte del comandante en jefe de la Revolución Cubana: “La historia no lo absolverá”.

 

Pero otros autores invitados a la FIL hicieron de lado lo que a Vargas Llosa pudiera molestar. Uno de ellos fue el reconocido escritor rumano Norman Manea –autor de El regreso del húligan y El sobre negro, entre otras obras–, quien declaró sin rubor alguno:

 

Fidel Castro fue el último de los grandes revolucionarios latinoamericanos. Uno de los principales opositores de Estados Unidos, que eligió oponerse al capitalismo de Estado por más de 20 años”.

 

Alberto Manguel mencionaría a su vez luces y sombras: “El lado bueno es que convirtió a Cuba en un país con un nivel social importante que no tenía; en lo negativo los prisioneros políticos”.

 

En fin, quiérase que no, Fidel Castro –su ausencia– fue la figura de la FIL.

 

 

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