Comienza la despedida. Muy cerca ya de la meta –luego de ocho años de dirigir desde lo alto de la torre de Rectoría los destinos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)–, José Narro Robles se detiene un instante y vuelve la mirada hacia atrás.

 

En su mente se dibujan los rostros de quienes le antecedieron en el cargo: Justo Sierra, José Vasconcelos, Ignacio Chávez, Javier Barros Sierra, Pablo González Casanova, Guillermo Soberón, Octavio Rivero, Jorge Carpizo, José Sarukhán, Francisco Barnés, Juan Ramón de la Fuente.

 

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Sonríe. Mira a su equipo de trabajo, a los integrantes de la Junta de Gobierno, a investigadores, académicos, alumnos que colman la sala Miguel Covarrubias del Centro Cultural Universitario. Les asegura:

 

“Estoy preparado para ser un buen ex rector…”

 

La sucesión está en puerta (entrega el cargo el 16 de noviembre). De hecho, ya hay varios interesados en el arrancadero. Pronto se sumarán más. A todos ellos les dice:

 

“Tengan la seguridad de que seré absolutamente cuidadoso de los tiempos, las formas y las normas de nuestra comunidad. A la futura administración le aseguro mi respeto absoluto”.

 

Las transiciones son siempre complicadas. Lo sabe este médico coahuilense próximo a cumplir 67 años de edad en diciembre (la mayoría de los cuales ha vivido en el campus universitario).

 

Pero lleva algo a favor: la UNAM cruza por un periodo de estabilidad. Y eso no es cosa menor, luego de los conflictos y las huelgas vividas a finales de los ochenta con el Consejo Estudiantil Universitario (CEU) y a fines de los noventa con el Consejo General de Huelga (CGH).

 

“La UNAM vive hoy una buena etapa. Trabaja, avanza y tiene un sinfín de iniciativas para mejorar su quehacer.

 

“Pero sobre todo, y quiero destacarlo, la Universidad tiene tres lustros de continuidad, de consistencia y mayormente de tranquilidad”.

 

Efectivamente, ese será reconocido como uno de sus grandes aportes a la UNAM: el respeto a las libertades y su capacidad negociadora y de conciliación en medio del fuego y el bullicio juvenil.

 

Llega pues el momento de la entrega. José Narro –hombre entrañable, talentoso y respetable como pocos– se despide de los universitarios con el corazón en la mano:

 

“¡Qué difícil es decir adiós a una tarea tan grata! ¡Qué maravilloso saber que se está por alcanzar un objetivo, por llegar al término de una encomienda superior! ¡Qué emoción, qué gusto, qué tristeza!”

 

Y sí, rector, algunos lo vamos a extrañar.

 

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¡HÁGANLE COMO QUIERAN, NO HAY ACUERDO!– La frase corrió como pólvora encendida en el Senado. Se le adjudicaba al coordinador de los priistas: Emilio Gamboa Patrón.

 

Cuentan que eso fue lo que soltó –el hasta ahora siempre cuidadoso y ponderado Gamboa– cuando en la reunión de la Junta de Coordinación Política discutían sobre el tema Ayotzinapa y como no llegaban a ningún acuerdo, entonces panistas, perredistas y petistas le advirtieron que iban a impulsar un punto de acuerdo para pedir que el caso fuera investigado por comisión internacional.

 

Los de oposición echaban mano de lo que llaman “voto ponderado” –con lo que sumaban mayoría ante PRI y Verde– y fue entonces, según cuentan, que Gamboa les respondió con el “¡Háganle como quieran…, no hay acuerdo!

 

Dicho lo cual, se levantó de la mesa y abandonó la reunión de la Jucopo.

 

Y luego, se armaría también en el salón de plenos. Como no hubo acuerdo de los coordinadores para pronunciarse sobre Ayotzinapa y el informe de los expertos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, la senadora Layda Sansores subió a la tribuna con bocina en mano y armó la de San Quintín.

 

¿Por qué? Porque exigía que se discutiera el tema de Ayotzinapa.

 

No lo logró. La sesión terminó suspendiéndose.

 

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GEMAS: Obsequio del senador perredista Armando Ríos Piter: “A mí no me interesa dirigir un partido que ha definido como línea política aliarse con el Partido Acción Nacional”.