La pregunta que se hacen hoy los priistas –los militantes, los políticos profesionales–, es muy simple. La formulan así:

 

–¿El Presidente de la República le va a entregar el partido a su equipo, o el partido va a ser de él (de Enrique Peña Nieto, en este caso)?

 

El razonamiento detrás de este planteamiento proviene del papel que ha desempeñado tradicionalmente el dirigente nacional del PRI en los tiempos sucesorios. A saber: el de “reserva de seguridad” del jefe del Ejecutivo en turno por si algo ocurría con el “ungido”.

 

La lógica del tricolor entonces cuidaba que el presidente de la República no perdiera el control.

 

Vayámonos hacia atrás algunos sexenios para ver cómo sucedió ese proceso:

 

el-1-de-septiembre-de-1968-el-presidente-gustavo-daz-ordaz-dio-su-cuarto-informe-donde-seal-que-no-permitira-que-el-orden-jurdico-siguiera-transgredindose

 

–El presidente Adolfo López Mateos le mantuvo a Gustavo Díaz Ordaz, candidato del PRI a la Presidencia de la República, a Alfonso Corona del Rosal –su segunda opción– al frente del partido.

 

–Díaz Ordaz presidente, con Luis Echeverría Álvarez en la candidatura priista, escogió a su vez a don Alfonso Martínez Domínguez –también su segunda opción– para conducir las riendas del tricolor.

 

–Echeverría en Los Pinos, llevó a José López Portillo rumbo a la primera magistratura, pero al frente del partido designó también a un hombre de toda su confianza: Porfirio Muñoz Ledo.

 

–Con López Portillo las cosas se empezaron a descomponer aunque prevaleció la misma lógica del uno-dos por si algo ocurría con El Elegido: Miguel de la Madrid Hurtado fue el candidato del PRI y Javier García Paniagua permaneció al frente del partido.

 

Sólo que esa vez García Paniagua –hijo del ex secretario de la Defensa, Marcelino García Barragán– se rebeló. Renunció a la presidencia del PRI al no haber sido favorecido con la candidatura presidencial. Pedro Ojeda Paullada entró como emergente al relevo en Insurgentes Norte.

 

–De la Madrid enarboló la candidatura presidencial de Carlos Salinas de Gortari. Y aún contra los deseos de su delfín, el colimense sostuvo –bajo la misma tesis de que había que tener en esa posición una “reserva de seguridad”– a un relevo factible al frente del partido: Jorge de la Vega Domínguez.

 

La lógica priista la rompió en su turno Salinas de Gortari: No sólo hizo ver titubeante la candidatura de Luis Donaldo Colosio –asesinado durante su campaña presidencial–, sino que puso al frente del PRI a un hombre en el que no confiaba ni tantito: Fernando Ortiz Arana.

 

Paradójicamente, el único momento de los últimos 60 años en que los priistas requirieron echar mano precisamente de esa “reserva de seguridad” –la segunda opción– el nombramiento del presidente del PRI no cumplía con la lógica de su origen.

 

El candidato sustituto recayó, por carambola, en Ernesto Zedillo Ponce de León, coordinador de la campaña del fallecido candidato.

 

Salinas de Gortari pagaría caro ese (y otros) errores.

 

Zedillo, desde Los Pinos, terminaría por destrozar toda lógica de la cultura priista. A lo largo de su sexenio, con enorme desdén, quitaría y pondría presidentes del PRI. Seis al menos: María de los Ángeles Moreno, Santiago Oñate Laborde, Humberto Roque Villanueva, Mariano Palacios Alcocer, José Antonio González Fernández y Dulce María Sauri Riancho.

 

El último cambio lo hizo, ni más ni menos, en plena etapa electoral, a punto de iniciar la campaña presidencial con Francisco Labastida Ochoa en la candidatura.

 

La “opción de seguridad” –el bateador emergente desde el partido– ni siquiera se contempló. La derrota del PRI estaba a la vista. La silla presidencial se vestiría de azul en el 2000.

 

Hasta aquí el recuento. Sirva para valorar la importancia del presidente del partido en la sucesión presidencial. Porque esa será precisamente la tarea más importante del próximo dirigente del PRI ahora que han vuelto a Los Pinos: procesar la sucesión de –¿y para?– Peña Nieto.

 

De ahí de nuevo la pregunta de los priistas: ¿Será Peña Nieto quien conserve el partido para manejar, él, la sucesión; o se lo entregará desde ahora a su equipo para que manejen ellos la sucesión?

 

La convocatoria para la elección del próximo dirigente del PRI saldrá el próximo 3 de agosto. Para entonces Peña Nieto tendrá ya clara su decisión.

 

-0-

 

GEMAS: Obsequio del multimillonario precandidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, Donald Trump: “Amo a los mexicanos…y ellos me aman a mí.”