Después de muchos años nos reencontramos de nuevo. Vive en la misma casa, en la Condesa, donde su madre nos ofrecía té y bocadillos mientras nos aprestábamos a escuchar alguna obra de teatro, de música, o algún pasaje literario extraído de su maravillosa biblioteca.

 

Recuerdo singularmente aquella tarde en que Raúl Ortiz y Ortiz, mi maestro de literatura francesa en la UNAM, nos convocó a su casa a escuchar Les liaisons dangereuses (Relaciones Peligrosas) de Laclos.

 

El vívido sonido de la lengua francesa llenó el pequeño espacio de la sala de estar. No éramos más de seis alumnos los que nos encontrábamos ahí. Raúl Ortiz levantó suavemente su mano, inclinó levemente su cabeza para concentrarse mejor, y no dijo más.

 

La cinta corrió, atrapándonos en aquella historia de intriga y perversidad protagonizada por la Marquesa de Merteuil y el Vizconde Valmont.

 

Nos quedamos inmóviles, asombrados. Té y bocadillos quedaron olvidados sobre la mesilla de centro. Raúl Ortiz ni siquiera nos miraba. Parecía deambular absorto por aquella Francia de finales del siglo XVIII y no perdía detalle de las cartas de Madame de Volanges.

 

Dos horas después, cuando la historia concluyó, el maestro preguntó: ¿Qué piensan?

 

Ya no recuerdo qué ocurrió, sólo sé que fue una de las clases más bellas que recibí y que a partir de ese momento no sólo inició mi admiración por Raúl Ortiz como maestro sino que comencé a devorar literatura francesa sin el mayor reparo.

 

De Raúl Ortiz y Ortiz apenas sabía en ese entonces que era un hombre elegante –siempre ha usado corbata de moño y calzado zapatos de dos colores, como se estila en Nueva Orleans–, distinguido; con una pronunciación del francés y el inglés envidiable; que había sido el célebre traductor de la novela Bajo el Volcán, de Malcolm Lowry; que era un hedonista y un apasionado de Proust, de Céline, de Joyce, de T.S.Elliot, de Shakespeare.

 

Y valga subrayarlo, especial admirador de Rosario Castellanos, con quien llevó entrañable amistad (las cartas entre ellos, celosamente guardadas por mi maestro, le fueron robadas de su biblioteca hace un par de años mientras él estaba hospitalizado).

 

Raúl Ortiz y OrtizDesconocía cuando le conocí que su andar le había llevado a dejar la UNAM, en la que trabajó al lado del rector Ignacio Chávez, para convertirse en el traductor del presidente Gustavo Díaz Ordaz; que luego, tras los sucesos de Tlatelolco en 1968, se expresó con rudeza del presidente de la República durante una cena diplomática (le llamó son of a bitch) y tuvo que abandonar el país. Fue entonces a dar a Ginebra y más adelante a París y Londres, donde se desempeñó como consejero cultural.

 

Pero más que otra cosa, Raúl Ortiz recorría la geografía de sus autores y novelas predilectos o se iba a cenar a Meudon, con Lucette, la viuda de Louis Ferdinand Céline, el profeta de la decadencia.

 

De estas historias me fui enterando en sus últimos años.

 

Fue en ocasión de sus 80 años que volvimos a vernos. Para estas fechas –retirado de la UNAM– mi maestro daba cursos de cine en el Club de Industriales una vez por semana y organizaba veladas literarias en su casa a partir de las ocho y media de la noche.

 

Acudí a ellas. Eran como antaño. O quizá mejores, pues ahora además del sonido de obras de teatro contaba con la enorme pantalla de la computadora, en la que nos exhibía maravillosas películas.

 

Si había alguna duda, en una mesilla estaban los diccionarios de Historia; en tal rincón, la película sobre los SA; en otro anaquel, el viejo disco de los himnos…etcétera, etcétera. Su casa, toda ella, era una biblioteca integral maravillosa. Cerca de 20 mil volúmenes elegidos con exquisitez.

 

Precisamente de ahí, de los miles y miles de cartas y textos inéditos guardados, nació el libro que presentó en el museo de San Carlos hace cinco años: Archivo Lowry. Un tesoro para la cofradía de los que profesan pasión por el autor inglés. Cofradía, por supuesto, de la que Ortiz y Ortiz es el gran sacerdote.

 

Don Raúl Ortiz y Ortiz, mi maestro, murió la madrugada de ayer, a los 84 años.

 

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GEMAS: Obsequio de Raúl Ortiz y Ortiz (qepd): “He tenido la fortuna de no ser un hombre exitoso financieramente. Y todo eso que ahora ven es la reserva que ahora me permite seguir ganándome la vida como un saltimbanqui que va de pueblo en pueblo, de actividad en actividad: una conferencia aquí, una película allá…”