Hoy se cumplen cuatro años del retorno del PRI a Los Pinos, luego de 12 años en el destierro.

 

Cuatro años en los que Enrique Peña Nieto, Presidente de la República, encarnó –junto con una pléyade de gobernadores ahora perseguidos o bajo sospecha de corrupción– “el nuevo rostro” del tricolor.

 

Cuatro años en los que el priismo vivió la peor debacle de su historia a nivel de gubernaturas –incluida la etapa de los 12 años fuera de Los Pinos– y vio reducida su participación ante la arrogancia y la preeminencia de los mexiquenses y unos cuantos hidalguenses.

 

Cuatro años en los que, desde la silla presidencial, Peña Nieto vivió la gloria de haber empujado y enarbolado el triunfo del Revolucionario Institucional de manera holgada, ante un PAN rechazado por una ciudadanía dolida y enfurecida por esa “guerra” –contra el narcotráfico– que desató sin inteligencia alguna y sin medir sus consecuencias.

 

Cuatro años del retorno de aquéllos que supuestamente sí sabían gobernar y que ocuparon de nueva cuenta –en ocasiones con largas ausencias– las oficinas del Gobierno federal.

 

Cuatro años de un mandatario que, en su primer año con banda presidencial al pecho, tocó la gloria con la firma del Pacto por México, al grado de que su figura fue ensalzada por los corresponsales extranjeros y la revista Time le dedicó una portada bajo el titular “Salvando a México”.

 

Pero poco le duró a Peña Nieto y a su equipo la luna de miel. Sucesos que conmocionaron al país –Tlatlaya, Ayotzinapa, Nochixtlán y la Casa Blanca, entre ellos– apabullaron su gobierno y lo mostraron como inepto.

 

No entienden que no entienden”, resumiría el semanario inglés The Economist.

 

Historias de corrupción –que involucraron no sólo a gobernadores, sino a amigos cercanos del propio Peña y del grupo mexiquense– carcomieron su imagen y su credibilidad.

 

¡Tanto!, que la popularidad de Peña Nieto –20% a estas alturas– es la peor (en cuatro años) de cuantos mandatarios se tienen registrados desde los tiempos de Carlos Salinas de Gortari.

 

Para rematar, los errores. El peor de este año: la invitación –y el trato presidencial– a Donald Trump en plena campaña, que le costó el puesto a Luis Videgaray, el alter ego del Presidente.

 

Y luego, la obcecación y la contumacia del equipo presidencial insistiendo –versión realmente nauseabunda– en que se trató de una decisión “visionaria”.

 

En fin, cuatro años en los que hoy lo que priva es el enojo ante la rapiña, el abuso, el querer vernos la cara y, en el mejor de los casos, la decepción.

 

 

Sólo para la foto.- De pena ajena la pseudoconferencia (no se permitió ninguna pregunta) del procurador general de la República, Raúl Cervantes.

 

Salió a presumir información que ya se conocía: que habían devuelto 250 millones de pesos desviados por Javier Duarte, de un total de 421 que lograron recuperar de empresas fantasma.

 

Y, claro, a tomarse la foto, cheque en mano.

 

Ah, pero de quiénes se vieron involucrados en esta historia, ¡ni pío!

 

GEMAS. El Senado aprobó que la Secretaría de Marina tome el control de las capitanías de puerto.