LAOBAISHAN. Situada a más de dos horas del pueblo más cercano, la aldea nevada de Laobaishan, en la provincia de Jilin, fronteriza con corea del Norte, celebra estos días el Año Nuevo lunar con más modestia que en las grandes ciudades pero con la misma ilusión.

 

Lejos de las multitudinarias celebraciones y los coloridos desfiles, esta pequeña villa, que despierta las mañanas de enero a temperaturas de más de 20 grados bajo cero, tiene su propia manera de vivir la celebración más importante de la cultura china.

 

Revolcarse en la nieve para evitar las dificultades en el año entrante o escalar los montes cercanos son dos de las peculiares tradiciones que sus habitantes, de etnia manchú -la minoría más populosa del gigante asiático-, comparten con sus seres queridos en estos días de reunión familiar.

 

Pese a que sus padres decidieran mudarse a la gran ciudad, Ran Yan, de 46 años, decidió quedarse en Laobaishan. Las fuertes nevadas llegan a esta zona en octubre, y con ellas el turismo, que se mantiene en temporada alta hasta marzo y luego experimenta otro pico en junio, cuando el monte está cubierto de flores.

 

Antes de la llegada de los turistas, atraídos por la belleza natural de la zona, Ran se dedicaba a plantar verduras, recoger setas y talar árboles en las épocas menos frías.

 

“Ahora puedo cocinar para los turistas”, explica a Efe con una sonrisa y, aunque no quiere revelar cuánto gana al mes, señala que es “suficiente para vivir”, además de “ahorrar para cuando mi hijo se case”.

 

En Laobaishan, las familias duermen en una cama kang, cuyo colchón se coloca sobre una estructura hueca de ladrillo en la que se introduce carbón para calentarla, y preparan “jiaozi” (empanadillas al vapor), algunas rellenas de pasta de judías y otras de carne de cerdo.

 

La matanza de este animal, cuya carne se utiliza para gran variedad de platos locales, es la tradición de Año Nuevo que más entusiasma a esta mujer, que también se alegra cuando ve a los niños pequeños hacer carantoñas y reverencias a los adultos para recibir un “hongbao”, el popular sobre rojo que contiene un aguinaldo.

 

El primer día de celebraciones del Festival de la Primavera, el nombre que recibe en la China continental el Año Nuevo lunar, Ran coloca en su puerta una pegatina de color rojo con el “hanzi” (carácter chino) de la fortuna, “fu”.

 

“Espero que mis padres tengan salud y mis niños sean felices, que la aldea sea próspera y que la buena fortuna venga y tengamos una buena vida aquí”, desea.

 

Sin embargo, la prosperidad que espera Ran ya llegó a la aldea en forma de turismo. “Vivimos mucho mejor gracias a los turistas”, dice la mujer, que cree que la llegada de los visitantes les “beneficia mucho”.

 

Pero los habitantes de esta pequeña localidad no solo pasan su tiempo atendiendo a los turistas que vienen. Un grupo de cuatro hombres ataviados con la vestimenta tradicional manchú se dedica a llevar troncos, y gritan arengas a sus compañeros para que no se rindan por el peso de la madera y el frío extremo, que no facilitan la tarea.

 

No muy lejos del camino por el que transitan estos hombres, dos chozas de chimeneas humeantes albergan a una pareja de cocineros: la mujer prepara “jianbing”, que guardan gran similitud tanto en ingredientes como en preparación con las crepes francesas, mientras que el hombre corta con precisión un bloque de tofu recién hecho.

 

Tanto estas estancias como la cabaña colindante se calientan con viejas estufas de leña, alrededor de las cuales se sientan varios de los locales -y un perro pequeño que entra tiritando en el refugio- que, aunque estén acostumbrados a este gélido clima, también necesitan calentarse de vez en cuando.

 

Sin embargo, lo que más sorprende a los visitantes es un antiguo proyector de cinta, una auténtica reliquia, que sus dueños cuidan con mimo para que siga reproduciendo películas chinas de hace treinta y cuarenta años, que todavía siguen haciendo las delicias de los pobladores de Laobaishan.

 

En el exterior de la cabaña, una pista de hielo alberga inventos de lo más extraño: sillas y bicicletas adaptadas para el hielo, e incluso un pequeño tablón de madera con una cuchilla que utiliza con pericia uno de los locales, que aprovecha para reírse de los turistas que tratan de montarlo sin saber mantener el equilibrio.

 

La vida en Laobaishan es sencilla, aunque las condiciones climatológicas suponen un reto en los meses más fríos. Sin embargo, los habitantes de esta pequeña villa en medio de las nevadas montañas no pierden la sonrisa y celebran con modestia e ilusión la llegada del nuevo año.

 

 

OR