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¿En verdad hay tiempo para ser libres, o es que sólo vivimos la libertad mientras nos desplazamos por el subterráneo cuando las agallas nos alcanzan para ahorrarnos el precio del torniquete? ¿Quién robó nuestra historia, quién hizo que olvidáramos el verdadero significado de la palabra México? Será que mientras estábamos librando una aventura en la Luna, los otros —nosotros mismos— saqueaban nuestro propio origen.

Ai Weiwei sabe bien de robos y saqueos. Los ha vivido desde el mismo día de su nacimiento, en un país (China) que, como el resto, vive librando su propio cáncer; tratando de dosificar sus males en horas de trabajo, con un salario que para lo que sí alcanza es para la reflexión de su gran problema y claro, para seguir trabajando. El nombre de este artista y activista político es un referente desde hace ya algunos años debido a las dificultades a las que se ha enfrentado, desafiando el alcance de lo judicial ante, quizá, la falta más grave y por la que siempre se le ha acusado: abrir la boca no sólo para ingerir comida, sino para hacer reclamos hacia todas direcciones. Incluso hacia él mismo.

En julio pasado este residente chino, que a menudo causa controversia en sus cuentas de redes sociales por su contenido transgresor y políticamente incorrecto, lanzó al empolvado mundo editorial Weiwei-ismos (Tusquets, 2014), un ejemplar dorado, de formato poco convencional, en el que reposan algunos de sus pensamientos que ahora mismo navegan en las redes del turbio y bien vigilado océano cibernético; además de una compilación de frases que dan cabida a la cuestión propia y al contexto actual en el que vivimos.

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