Dice el presidente Enrique Peña Nieto, que desde el inicio de su administración ordenó que se realizaran los estudios necesarios para identificar la mejor alternativa en donde se pudiera construir un nuevo aeropuerto para la Ciudad de México, y que se concluyó que el lugar idóneo es la zona contigua al aeropuerto actual.

 

Bueno, si sus funcionarios (se entiende que fueron los de la Secretaría de Comunicaciones y Transporte a quienes les encargó los estudios,) hubieran sido honestos, le habrían dicho desde el primer día, y no dos años después, lo siguiente: No perdamos el tiempo, jefe; los estudios que ordenó la administración de Vicente Fox, e incluso los que se habían hecho en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, indican que no hay de otra, que la mejor ubicación es Texcoco, no Atenco porque ahí hay muchos revoltosos.

 

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Lo que importa ahora es que ya está listo el proyecto, que se prevé tenga seis pistas en varias etapas; que transportará a cerca de 120 millones de pasajeros al año; que generará 160 mil empleos, que beneficiará a cientos de pequeñas y medianas empresas…

 

No será un aeropuerto común y corriente, sino de Primer Mundo como el de Hong Kong, Munich, Seúl, además de que tendrá obras de alto impacto social, como la Universidad Metropolitana de Aeronáutica y Aviación; centros de capacitación, investigación y desarrollo; complejos habitacionales para quienes trabajen en dicho complejo, servicios de salud, áreas comerciales, culturales y deportivas. Y por si todo lo anterior no fuera suficiente, se reducirá la contaminación auditiva, pues al cambiar de ruta habrá menos ruido. Así, los habitantes de las Lomas de Chapultepec y zonas circunvecinas ya no podrán quejarse de que el ruido de los aviones no los deja dormir.

 

¡Qué maravilla, qué maravilla!, expresan los viajeros.

 

No deja de llamar la atención que una vez tomada la decisión de cuál es el mejor lugar para el nuevo aeropuerto, se convocó, al parecer en lo oscurito, a los arquitectos nacionales e internacionales más reconocidos para que presentaran sus proyectos, y que una vez evaluados por expertos bajo distintos criterios se haya optado por el prestigiado despacho de Norman Foster, en el Reino Unido, y de su socio mexicano, Fernando Romero, quienes tendrán la responsabilidad de hacer realidad este gran proyecto nacional.

 

El presidente de la República aclaró sin embargo, que todas las actividades vinculadas al desarrollo del proyecto se harán con absoluta transparencia y pleno respeto a la ley, garantizando la protección de los derechos de los habitantes de las colonias y comunidades colindantes a este proyecto. Resaltó y reiteró que el nuevo aeropuerto se construirá dentro de cuatro mil 430 hectáreas de propiedad federal, que ya se tienen en la región oriente del Valle de México, lo que a juicio de los observadores es un claro mensaje a los pobladores de Atenco para que dejen de afilar sus machetes. Precisó que el financiamiento de este proyecto, si bien es cierto contará con recursos fiscales, en su gran mayoría será autofinanciable, a partir de los ingresos que genere el actual aeropuerto y el nuevo, una vez que esté en operación.

 

En resumen, esta gran obra de importantes beneficios para el país, en gran medida se pagará por sí misma, lo que permitirá que su propiedad y operación queden a cargo del Estado mexicano.

 

Ah, y no entrará en operaciones en esta administración -ni siquiera la primera etapa donde transportará 50 millones de personas-, sino tal vez la siguiente.

 

Así las cosas.

 

AGENDA PREVIA

 

Como muestra de confianza de los mercados internacionales hacia Pemex, que dirige Emilio Lozoya Austin, Standard and Poor’s mantuvo sin cambios la calificación de los certificados bursátiles de la empresa por un monto de 30 mil millones de pesos en tres emisiones con diferentes plazos de vencimiento. Asimismo, la calificadora Fitch ratings, asignó a Pemex la calificación de “AAA (mex)” que es la máxima calificación e indica la más baja expectativa de riesgo de incumplimiento en relación a otras emisoras del país.