Cuando hace seis meses El Chapo Guzmán superó al Gran Houdini fugándose del máximo penal de seguridad (es un decir) del Altiplano, la clase política pidió la renuncia del secretario de Gobernación. Pero éste, envalentonado, respondió: “Los momentos de crisis no son para renunciar; son para enfrentarlos”.

 

En un evento tan delicado hay que investigar, sancionar y por supuesto recapturar al peligroso delincuente. No se vale renunciar, pues. Hay mucho qué hacer, argumentó Miguel Ángel Osorio Chong. Y tiene razón, comentamos en este espacio en su oportunidad, lo que provocó severas críticas y cuestionamientos. Por menos que eso, en el viejo PRI se hubiera ido a su casa, decían los espectadores.

 

Entre lo primero que planteó el secretario fue investigar quiénes fueron los funcionarios públicos (federales, estatales y municipales) que colaboraron con el delincuente y castigarlos con todo el peso de la ley. También prometió corregir las fallas en el sistema penitenciario federal –22 reclusorios incluyendo las Islas Marías– y contribuir a que en los penales estatales y municipales se mejoren los controles de seguridad; combatir la corrupción que los tiene penetrados; la impunidad y otros males que contribuyen al deterioro de los mismos, como la sobrepoblación, el tráfico de drogas, la falta de controles, de capacitación…

 

Es inconcebible que Guzmán Loera se haya fugado a partir de una estrategia que evadió todos los sistemas internos de seguridad diseñados conforme a estándares internacionales. Más aún, que haya contado con la complicidad de personal y/o funcionarios del Centro de Readaptación Social del Altiplano, como prácticamente reconoció el secretario de Gobernación. De confirmarse estos hechos, como seguramente se confirmarán, constituiría un acto de corrupción, deslealtad y traición a los mexicanos, a la institución y a los integrantes de las fuerzas federales que, con entrega y compromiso por México, arriesgaron su vida para capturarlo. Y esas actitudes no pueden quedar impunes, reiteró Osorio Chong en aquella ocasión.

 

Seis meses después, en la mayoría de los puntos mencionados parece que las autoridades competentes no han ido a fondo. Que hubo renuncias de algunos funcionarios, sí, es cierto. Monte Alejandro Rubido, por ejemplo, el director del sistema penitenciario y algunos “charalitos”. Que otros están en la cárcel acusados de colaborar en la fuga, también es cierto. Pero no hay ningún pez grande.

 

Pero entre lo primero de lo primero de aquel entonces, estaba la recaptura de El Chapo, lo que ocurrió el fin de semana pasado. Ahora la pregunta es: ¿Y qué sigue?

 

Mientras ocurre la respuesta, los observadores objetivos e imparciales hacen una breve reflexión: El secretario de Gobernación es, hoy por hoy, la medida de todas las cosas que acontecen en la política nacional.

 

Nadie duda de que el ex gobernador de Hidalgo ha sido, desde el 1 de diciembre de 2012, un importante pre-precandidato presidencial 2018, por más que su presencia en el derby sucesorio esté atravesada por épocas de vacas gordas y vacas flacas, lo cual ha propiciado que sus adeptos no sean confiables y firmes, aunque también ha permitido que sus adversarios sean cambiantes y de poco fiar.

 

A lo largo de tres años del sexenio de Enrique Peña Nieto, los “osoristas” –que los hay, y muchos– no han sido capaces de comenzar a construir una sólida precandidatura de su “gallo”, y dar a los seguidores del titular de Gobernación el apoyo que requiere.

 

Por su parte, Joaquín El Chapo Guzmán Loera –enemigo público número uno de Osorio Chong– ha sido convertido por los medios en moneda de cambio: El Chapo contra la extradición a Estados Unidos; El Chapo contra la clase política mexicana; El Chapo contra los empresarios de la élite, en riesgo de que la venganza del delincuente los alcance; El Chapo, etc.

 

Así las cosas, uno tiene derecho a preguntar: ¿es posible que Miguel Ángel Osorio Chong deje de ser la medida de todas las cosas en la revuelta política nacional, y que su adversario –hoy reaprehendido– deje de ser moneda de cambio urbi et orbi?

 

Está por verse.