El presidente Enrique Peña Nieto dijo el martes a un grupo de comunicadores que acepta el costo político que representa para su gobierno y su partido el aumento de los precios de las gasolinas, generado por la liberación del mercado. “Sé que no ayudo mucho a mi partido con estas decisiones, pero lo que me interesa es México”, subrayó. Posteriormente, el primer mandatario dio una amplia y documentada explicación de por qué había tomado esta decisión.

 

 
Especialistas en la materia consultados por el columnista coinciden en que la liberación del mercado y el abandono de la política de precios uniformes en el país son un paso necesario; los combustibles deben reflejar las condiciones del mercado internacional. No hay gasolina barata. Apuntan. Pero en donde no están de acuerdo es en la política fiscal vinculada a su consumo, o sea, el IEPS, que es muy alto y sólo sirve para mantener gastos superfluos del gobierno. En la reunión con el Presidente, el secretario de Hacienda insistió que en todo el mundo se pagan impuestos al consumo de gasolinas; en unos países más y en otros menos. Pero somos competitivos, según él.

 

 
Ya entrados en la materia, el presidente Peña comentó que la población consume mucha gasolina, casi tanta como refrescos, y la mayor parte la tenemos que importar de Estados Unidos porque no contamos con la capacidad de refinación. Expresó su preocupación por la alta dependencia que tenemos de nuestros vecinos en este producto, lo que en ciertos momentos podría poner en riesgo la seguridad energética. Los expertos acotan: si nuestros principales “partners” comerciales deciden no exportar esos productos a México o reducir los volúmenes drásticamente por consideraciones estratégicas, nos podrían meter en un “broncón”. En opinión del primer mandatario, con Donald Trump cualquier cosa es posible, aunque ni a Estados Unidos ni a nuestro país les convendría. Pero si ese “escenario apocalíptico” se diera, “México está preparado para ello”, afirmó, aunque no dio detalles. “Hay que prender las veladoras para que eso no suceda”, sugieren por su parte los observadores políticos.

 

 
Efectivamente, refinar en el país tiene que ver con aprovechar el mercado interno y disponer de un cierto grado de seguridad energética, dicen los especialistas. Pero el secretario de Hacienda y su “banda de itamitas” no piensan igual. Dijo José Antonio Meade en la mencionada reunión: “Si refináramos toda la gasolina que consumimos, los precios serían los mismos que están pagando hoy; construir más refinerías no resulta conveniente por el costo-beneficio”. ¿Y entonces qué vamos a hacer con la infraestructura de refinación que tiene el país? ¿Tirarla a la basura?, preguntan los expertos. ¡No, no, no! Para las refinerías que actualmente están operando existe un “plan ranchero”, quiso decir el funcionario, el cual consiste en reconfigurarlas. Pero como Pemex no tiene lana y Hacienda no le va a soltar ni un centavo, vamos a buscar a inversionistas privados que lo hagan.

 

 

Obviamente ese plan va a tardar varios añitos, por lo que tendremos que seguir pagando el alto costo de las gasolinas importadas.
Así las cosas. Los consumidores mexicanos tienen que aceptar la realidad: nunca más habrá gasolinas baratas. ¿Ni cuando lleguen los beneficios de la reforma energética?, preguntan los ingenuos. ¡Nunca es nunca!, responden los funcionarios del gobierno y los especialistas. Pero el “loquito pata suelta de la izquierda mexicana” anda prometiendo que sí se puede, insisten sus seguidores. ¡Pues allá aquéllos que le creen!