El próximo sábado se jugará en Monterrey uno de los partidos de futbol más esperados por la afición regiomontana: Rayados y Tigres -los dos equipos de la ciudad, antagónicos, acérrimos rivales- se ven las caras. Como todo “clásico”, el regio despierta pasiones y enciende los ánimos. En lamentables ocasiones hemos visto cómo –en las tribunas- dicha pasión se sale de las manos y se traduce en violencia. Por ello, la directiva de Rayados –equipo local- ha dicho que, al ser un encuentro de “alto riesgo”, no permitirá que los aficionados de Tigres ingresen al estadio portando la playera del equipo. Vaya idea. Es inconcebible que la solución para este tipo de violencia sea prohibir a los asistentes mostrar su afición portando camisetas, gorras o banderas del equipo de sus amores. Después de todo, ¿qué es el futbol sin la pasión de sus seguidores?

 

La medida hace pensar en la forma en que muchos de los problemas sociales son “solucionados” en México. Vivimos en un país en el que la violencia en los eventos deportivos se combate prohibiendo parafernalia alusiva al equipo rival, y no con más policías, mejor capacitados, con más filtros de seguridad y con mayor orden en las tribunas.

 

Vivimos en un país en el que una diputada reparte rollos de malla ciclónica para evitar que las niñas de la comunidad sean violadas, pero poco hace para reparar fracturas sociales como el alcoholismo y la drogadicción, para mejorar las condiciones de trabajo de los papás, omite evaluar a la Policía del municipio y destina a las menores al confinamiento para disminuir el riesgo.

 

Vivimos en un país en el que la víctima de un asalto es responsable de su desgracia por utilizar una joya o un reloj caro, por manejar un vehículo de lujo o por “andar por rumbos tan peligrosos”, mientras la Policía es cómplice de la delincuencia.

 

Vivimos en un país en el que si una mujer es agredida sexualmente, la responsabilidad recae en ella misma por vestir una falda muy corta o por ir sola de madrugada, y no en las autoridades que, a través de la corrupción y la impunidad, permiten ese tipo de abusos.

 

Vivimos en un país en el que un Ministerio Público, en lugar de exhortar al ciudadano a denunciar, procura disuadirlo de su búsqueda de justicia y, por el contrario, advierte de las posibles represalias por parte de los criminales.

 

Nadie cuestiona la intención de las medidas, pero vivimos en el país de los placebos y paliativos. Somos especialistas en maquillar la realidad, dejar pasar y ponernos a rezar para que no nos vuelva a ocurrir. En tener que optar siempre por el “mal menor”, en lugar de arrancar el problema de raíz o, por lo menos, emprender el camino en ese sentido.

 

Será la Profeco la que dé o no luz verde a la ocurrencia de la directiva del Club Monterrey, la cual rebasa el tema de la seguridad para entrar en el campo de la libertad y la discriminación. Pero que valga este debate para darnos cuenta de que una aspirina no cura el cáncer, que las medidas populistas sólo fijan las raíces de los problemas, que la dinámica social ya no está para ocurrencias y que no podemos andar, para siempre, sin playera.