No ha dado muchas pistas AMLO sobre el tipo de izquierda a que pertenece: no es propenso, como sí por ejemplo los dirigentes de Podemos en España, a incrustarse en una genealogía. Tal vez por eso es que su negativa a condenar a un régimen que mata abiertamente a la disidencia en las calles, como el venezolano, se ha vuelto un tema de interés público, y bien que lo sea: es muy probable que nos gobierne a partir del año que viene.

 

En días recientes, sin embargo, durante su gira por Chile, dio una pista que conviene seguir. Peregrinó Obrador al Palacio de la Moneda y se reunión con la presidenta Bachelet. Dicen sus fieles que sabe una barbaridad de historia. ¿Será? Primero, se congratuló de que en ese país “se está restableciendo la democracia”, una idea rara si se piensa que los chilenos tienen elecciones desde el 90. Luego, habló de Salvador Allende como de un “apóstol de la democracia”.

 

¿Fue de veras Allende un demócrata modelo? En efecto, su Unidad Popular llegó al poder de un modo heterodoxo, según los principios de la izquierda dominante en los 70: por la vía electoral. Los preceptos marxistas-leninistas mandaban que el poder se tomara por las armas, a la manera cubana, y Allende a ese dogma ciertamente no se plegó. Pero vaya que se plegó a todos los otros. Porque eso era y nunca lo negó: un socialista muy a lo soviético. De ahí que estableciera lazos estrechísimos con el régimen de Castro, al punto de que la embajada cubana era poco menos que una oficina de gobierno en Chile –lo cuenta el escritor Jorge Edwards en Persona non grata, brillantemente–. De ahí que, con un exiguo 36% de votos, interviniera en los precios a la cubana, por decreto, y que por decreto desatara una ola de expropiación de las empresas y el campo que terminó en lo que terminan siempre esos experimentos: el desabasto, la hiperinflación y el congelamiento de la producción. El Chile de Allende no fue un paraíso de socialismo light. Las tiendas empezaron a vaciarse, la producción agrícola se redujo a la mitad en un año. Las ciudades se vieron inundadas por manifestaciones, el campo incendiado por conflictos armados entre los antiguos propietarios y las organizaciones de izquierda que intentaban tomar sus fincas por la fuerza. La desgracia final fue el golpe de Estado inadmisible de Pinochet, y la dictadura despiadada y corrupta que le siguió.

 

¿Suena a Venezuela? Sí. En Allende hay mucho de chavismo de avanzada.

 

Esa es la izquierda que dice abrazar López Obrador.

 

O a lo mejor no sabe tanto de historia.

 

caem