Híper-revolucionado, con una intensidad rayana en la histeria, de apariencia tan desbordada que llegaba a maquillar con sudor sus altos niveles de capacidad para leer al rival y posicionarse, Gennaro Gattuso era el actor secundario del que se enamora la audiencia.

 

Junto a ese prototipo del volante que ha de escudar al que mejor puede con la pelota, brillaba un tal Andrea Pirlo tanto con el Milán como con la selección italiana campeona en Alemania 2006. Polos que se atraen, su suma resultaba en mucho más que dos. “Cuando lo vi jugar pensé en cambiar de profesión”, refirió Gattuso sobre Pirlo. Y preguntado sobre si su desgaste hacía mejor a Andrea, arremetió como si el periodista osara atravesar con balón su parcela de la cancha: “No confundamos nutella con mierda”.

 

Suele establecerse que se juega como se es, algo a menudo cierto pero con amplias excepciones. Existe el grandote noble, incapaz en la vida de ofender a nadie, que con el silbatazo del árbitro muda en quiebra-huesos. También, por supuesto, el que es acelerado para hablar, caminar, interactuar, pero, todo lo contrario, colma de serenidad su jugar. En este específico caso, bastaba con acompañar a la Squadra Azurra y observar fuera del campo a Gattuso, como tuve privilegio de hacer desde Corea-Japón 2002, para entender: el mismo volcán que correteaba delanteros con ojos saltones, hacía erupción a cada instante; todavía no se repartían los petos o las indicaciones, y su ropa de entrenamiento ya estaba llena de lodo.

 

Ahora que diferente a si se juega como se es, resulta el debate de si se dirige a un equipo como se es, algo que Gattuso pretende refutar (entrevista en El País: “He sido un jugador que se ha pasado la vida recuperando balones y ahora me gusta que mis equipos jueguen un fútbol ofensivo, que arriesguen y suban con muchos jugadores. Todo lo contrario respecto a cuando jugaba”). Lo que no cambia su temperamento: una bofetada a su asistente en la zona técnica cuando estaba a cargo del Pisa, una conferencia de prensa entre manotazos y mentadas cuando pasó por el OFI Creta griego, club quebrado en el que terminó por pagar de su bolsa a algunos jugadores en apuros.

 

Aún sin cumplir los cuarenta años, el Milán le ha entregado este lunes un proyecto extraño. Luego de años fuera del primer nivel y reforzado por dudoso capital chino (se dice que quien lo compró no es quien dijo), los rossoneri gastaron más de 200 millones de euros en refuerzos para la presenta campaña.

 

Hasta ahora relegado a posiciones poco privilegiadas y muy experimentales como estratega, Gattuso dispondrá de su primera gran oportunidad y en el sitio donde es más adorado.

 

Impregnar al plantel de su pasión, recalcar que el Milán no puede comportarse como un cualquiera, trasmitir el juego a rojo vivo que le caracterizó, se postulan como mínimo indispensable. A partir de eso, alguna locura es de esperarse, por mucho que insista que pretende un once lleno de estética: encararse, arengar, empujar, estallar.

 

Que nadie dude: aunque Gattuso se vista de DT, Gattuso se queda.

 

Twitter/albertolati

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