La humildad es el instrumento del espíritu; la serenidad lo es del intelecto. La unión de ambas son las que forman a los auténticos hombres.

 

 

He tenido ejemplos que me han enseñado el arte de la filantropía. El primero, mi padre, Joaquín Peláez, ese gran periodista, pero sobre todo ese extraordinario ser humano que me enseñó a pedir siempre perdón y permiso por cualquier hilo de éxito que se pudiera obtener.

 
El segundo fue Jacobo Zabludovsky, con quien descubrí el intento sereno de buscar el sacrificio y sus resultados.

 
Nadie es más que nadie. Unos tienen virtudes de las que otros carecen; pero eso no les hace mejores personas. Lo que realmente nos distingue es el sentimiento del alma, inmaculada o manoseada por el contacto de otros que tienen almas vírgenes o intoxicadas.

 
Haber sido el mejor jugador del mundo no le da derecho a Diego Armando Maradona a montar la que montó este fin de semana en un hotel de Madrid.

 
El personal del hotel escuchó una discusión de la pareja y tuvo que llamar a la policía.

 
Pero es que además de los gritos que profirió a su novia, agredió a un compañero de la cadena radiofónica COPE cuando intentaba arrancarle unas palabras. Y es ahí cuando el astro se cae y se remueve en su propia vileza. No se puede ser tan miserable, no se puede escudar en una pléyade de escoltas fanfarrones y sacar una vehemencia arrabalera, casi de vagabundos de atarjeas.

 
Si Maradona quiere ser un digno representante de un deporte de masas, un deporte de nobleza y competitividad, debe saber que, primero, a las mujeres no se les alza la voz; se les respeta. Eso es una regla sine qua non seguir hablando del tema resulta estólido.

 
En segundo lugar, Maradona tiene que saber que los periodistas podemos resultar molestos porque buscamos la noticia; pero no justifica bajo ningún concepto que por ello pueda agredir a un compañero. Nuestro trabajo es preguntar. Golpear a un periodista es golpearnos a todos; es golpear a una profesión digna y honorable. Porque los periodistas no somos más que meros transmisores entre lo que ocurre y la opinión pública. Y ese hecho nos dignifica. Pero no podemos permitir que nadie nos golpee por mucho Maradona que sea.

 
Si Maradona quiere golpear, ya tiene un balón para darle todas las patadas que quiera. Pero no vamos a dejarnos mancillar porque alguien se crea más que el resto.

 
Imagino la vergüenza de su pareja al ver llegar a la policía. Los personajes públicos, y más aquéllos que no entienden el significado de la palabra humildad, tienen que ser un ejemplo para el resto, algo que no es Maradona.