Yo quisiera no seguir escribiendo sobre Donaldo Trump, pero es que el personaje da para mucha literatura; qué quieren que les diga. Es que la persona en cuestión lo amerita.

 
Cada día nos deslumbra con algo, nos muestra una nueva idea que es superior cuando pensábamos que ya no habría más pensamientos imaginables. Pero no, estamos equivocados. Como en el cuento de Alicia en el país de las maravillas, todo siempre se puede superar y el personaje que lo teatraliza, Donaldo Trump, puede llegar a momentos de gloria interpretativa. No hay más que recordar el lanzamiento del mensaje, el muro con México o de su política contra la inmigración. Claro, se olvida que cerca de 15% del PIB estadunidense es gracias a la mano de obra extranjera.

 
Con su flequillo ámbar y las palmas de sus manos en posición de parar a la buena gente que busca trabajo en su país, Donaldo dice que va a aumentar el presupuesto de defensa en 10% el año que viene. No se trata de una partida menor. Estoy hablando de la mayor partida presupuestaria del Pentágono desde los atentados del 11 de septiembre de 2001.

 
En un discurso cargado de solemnidad, sólo roto por ese saco que siempre lleva desabrochado, Donaldo quiso dejar un nuevo mensaje al mundo para que se supiera de la fortaleza, seguridad y determinación de EU.

 
Las sucesivas leyendas y jaculatorias de “Haz América grande” se salteaban, como las notas en la partitura, entre brindis y saludos con los diferentes gobernadores que había juntado para que le rindieran pleitesía.

 
Pero, sin duda, su momento crítico fue cuando dijo que en los últimos años, la Unión Americana había perdido las guerras, y que las guerras están hechas para ganar. Una frase cayó como una losa sobre todos los que maldecimos las guerras, amamos la paz y ansiamos la paz.

 
Y yo me pregunto, en un mundo que busca la unión, en el que todos seamos uno, ¿no le dará vergüenza al presidente Trump lanzar esos mensajes? ¿Los calibrará de verdad?

 
En mi carrera como corresponsal de guerra, he tenido que convivir con soldados, y rehenes, y bombardeos y hambrunas; y también con francotiradores, y sátrapas, y verdugos, y misiles de mortero, y bombas caseras y no caseras y emboscadas; y también con enfermedades y falta de agua, y toques de queda, y estados de excepción y hasta secuestros.

 
He vivido todo eso y mucho más a lo largo de la experiencia de 19 años de cobertura de guerra. ¿Y sabes lo que pienso, querido lector? Que aborrezco todas las guerras, que las maldigo porque sacan lo peor del ser humano cuando sigo creyendo en la filantropía. Por eso me hace daño a los oídos cuando escucho a Donaldo Trump decir las soflamas que lanza; sin importarle ni las causas ni las consecuencias, sin dar importancia a la relevancia vital de una guerra. Lo peor es que, hasta ahora, ha llevado todo a la práctica.

 
Obama hizo una ínfima reforma sanitaria. Pero algo fue algo. Consiguió que 20 millones de desfavorecidos obtuvieran una sanidad pseudogratuita en un país donde enfermar puede costarle a uno la vida por lo caro que resulta.

 
Donaldo el iluminado ha suprimido el Obamacare de un plumazo. Tal vez parte de esos recursos se vayan ahora a los gastos militares.

 
Claro, lo olvidaba, es que tienen que ganar guerras él y sus rangers.