Seguimos sin entender que el camino que hemos emprendido es tan peligroso como incierto. Hemos perdido el Norte. Vamos dando bandazos sin saber bien donde está la meta.

 
Son cada vez menos los que creen en la política ortodoxa, la que ha llegado a nuestros días; ésa que nació en Grecia, pero que la fuimos desvirtuando hasta llegar en la actualidad a partidos políticos que sólo miran por ellos.

 
En Grecia, la democracia era participativa. La ciudadanía opinaba, y disentía, y negociaba y concluía. La democracia que tenemos está representada por unos señores a los que hemos votado. Pero son ellos los que toman las decisiones sin consultar con los ciudadanos. No es, por lo tanto, una auténtica democracia.

 
Pero es que, además, la clase política se ha ido degenerando a pasos agigantados. No es cierto que miren por nosotros; no es verdad que busquen el bien común. Tan es así que se ha instalado una molicie colectiva, un hartazgo, un cansancio hacia los políticos ortodoxos. Por eso el resurgimiento de los falsos populismos empezando por Trump y los Estados Unidos. Pero Europa también va buscando fórmulas populistas que no son efectivas y sí peligrosas.

 
En Francia, Marie Le Pen tiene posibilidades reales de convertirse en la Jefa del Estado francés. Le Pen viene del Frente Nacional, un partido de extrema derecha. Algo parecido puede ocurrir también en Alemania el próximo mes de septiembre.
En Austria estuvo a punto de ocurrir hace escasas jornadas. En Hungría, el derechista y nacionalista Viktor Orban lleva varios años al frente del país.

 
En España no es descartable que el partido de extrema izquierda Podemos pudiera gobernar en un futuro no lejano. Si el presidente Mariano Rajoy no logra sacar los presupuestos de 2018, será un hecho que tendrá que disolver las cámaras y convocar elecciones. Ahí es donde Podemos tiene muchas posibilidades de ganar.

 
Al final todo esto tiene una lógica. La ciudadanía global está cansada de manipulaciones, de que la clase política no cuente con ellos, salvo cuando hay que votar. La ciudadanía global está cansada de ver cómo muchos políticos se encuentran enlodados en corruptelas y no ocurre nada. Nadie va a prisión, nadie devuelve el dinero. Claro, con estos ejemplos es lógico que el ciudadano se decante por opciones populistas que, insisto, son muy peligrosas.

 
Todavía estoy esperando escuchar a la clase política que nos cuente cuál será el modelo social que vamos a tener y, sobre todo, qué van a hacer ellos para buscar una sociedad justa y equitativa, donde el hombre viva feliz y en libertad.
No, están más ocupados en otros asuntos. Lo que tiene que ver con la ciudadanía lo dejan para otro momento. Así les va.