En el batidero que se ha hecho en torno a la construcción, cancelación, reubicación o destrucción del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México han resurgido grupos que han hecho del debate en torno a la nueva terminal en Texcoco la bandera perfecta para conseguir reflectores y pretender prácticamente amarrar el destino del país al levantamiento de esa terminal aérea.

Los detractores del NAIM de plano lanzan un discurso de catástrofe, aniquilación y exterminio en torno a la terminal de Texcoco, y ponen como objeto de todos esos males a los pueblos ubicados en ese territorio y al medio ambiente. Alegan que se perderán las costumbres y tradiciones de esas comunidades y con ello su herencia y cultura, junto con un desequilibrio de la naturaleza tal que acabaría con una crisis apocalíptica de agua en la Ciudad de México.

En este alegato en contra de Texcoco, los pueblos y su entorno son las banderas que ocupan para una cruzada más ideológica y política que social y ecológica, en una suerte de conservacionismo que niega el desarrollo para generar riqueza y bienestar que deberían ser los argumentos centrales del debate.

Es ahí donde, sin duda, son bienvenidas las críticas que ponen en el centro de la discusión los vicios en la asignación de contratos, la necesaria inclusión de las comunidades en los beneficios del desarrollo que generará el nuevo aeropuerto y que no descalifican la ubicación estratégica de Texcoco por la existencia de vías de comunicación que lo ponen a minutos de la Ciudad de México, y cuya proyección como el eje de la conectividad de México con el mundo lo hacen perfectamente necesario y pertinente.

El Presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, utilizó la crítica al NAIM en Texcoco como una efectiva herramienta de campaña, pues sin duda los excesos del gobierno de Enrique Peña Nieto podían ser condensados en ese proyecto, entiéndase como corrupción, amiguismo, tráfico de influencias, licitaciones amañadas y todas las malas artes atribuibles a su administración y a las administraciones de todos los partidos, pero que se identifican históricamente con el PRI.

El caso es que se trató de una efectiva maniobra de retórica política, que en los hechos es insostenible porque la base aérea de Santa Lucía no representa un proyecto integral y con los beneficios de largo plazo de Texcoco; pero no sólo eso, sino que revertir la construcción del NAIM le representará un duro golpe a la credibilidad y confianza de los inversionistas nacionales y extranjeros en el nuevo Gobierno, que desde el 1 de diciembre próximo encabezará López Obrador.

Cancelar el nuevo aeropuerto en Texcoco significaría el banderazo para que los grandes capitales nacionales y extranjeros dejen de ver a México como un país en el que se puede invertir certeza porque el gobierno de Morena demostraría que no es confiable y que no garantiza las inversiones de largo plazo, lo que originaría que la calificación de riesgo como país aumentara, y con ello la salida de capitales e inversiones que buscarían destinos más confiables y estables para colocarse.

Los pueblos y los individuos que los integran junto con sus familias tienen tradiciones y costumbres, pero lo que necesitan y demandan son empleos, mejores ingresos, servicios de calidad, bienes y seguridad, y ambas aspiraciones no son incompatibles. Y eso sólo es posible con la inversión y el desarrollo que ésta genera.

El ex Presidente de España, Felipe González, resumía bien esa contradicción de las izquierdas; decía que la izquierda se ha preocupado mucho históricamente en la distribución equitativa de la riqueza, pero ha olvidado que para distribuir riquezas hay que generarlas.

Tal parece que estos defensores de los pueblos los quisieran por siempre dedicados a la producción tradicional y artesanal, sin que gocen de los beneficios del crecimiento y el desarrollo. Y estos ultrarradicales pretenden arrinconar ahora a López Obrador para forzarlo, con o sin consulta, a cancelar el proyecto del aeropuerto en Texcoco.

Habrá que ver cómo resuelve este tema el Presidente electo que, al parecer, no cuenta con un gran apoyo para ello en las manos del futuro secretario de Comunicaciones y Transportes, Javier Jiménez Espriú, quien no ha sido capaz de promover y mantener equilibrio en un debate ponderado y se ha convertido en un factor de desequilibrio que le ha restado capacidad de maniobra a un López Obrador enredado totalmente en su eficaz, pero peligroso discurso de campaña contra el aeropuerto de Texcoco.