Pese a las cortesías que se dispensaron mutuamente después del proceso electoral, la luna de miel entre el Gobierno saliente y el que entrará llegó a su fin.

La cruda realidad ha hecho que la llamada “transición de terciopelo’’ haya encontrado su parte de lija.

Primero, Andrés Manuel López Obrador y después Mario Delgado –en su papel de todólogo- decretaron la muerte de la reforma educativa; el primero lo hizo en un evento oficial en el que participaron los gabinetes saliente y entrante, lo que de suyo ya fue una descortesía.

Ahora el tema es la situación económica del país que, a pesar de lo que dice López Obrador, está muy lejos de estar en “bancarrota’’, como dijo el domingo en Tepic.

El gobierno de Peña se tardó meses en responder a las bravatas de los morenistas en contra de la reforma educativa; meses.
Hasta que el propio secretario de Educación, Otto Granados, salió a precisar que las evaluaciones continuarían conforme al calendario establecido previamente.

Evidentemente que Granados salió hasta que tuvo autorización de Los Pinos, cuyo inquilino no había querido confrontar directamente a quien será su sucesor.

Pero la afirmación sin fundamento de que el país está en bancarrota generó la respuesta inmediata no sólo del secretario de Hacienda, José Antonio González, sino de los propios empresarios que saben que una declaración de ese tipo puede poner al país en una situación muy delicada.

El tabasqueño incluso dijo que “si hay crisis económica, sería responsabilidad del Banco de México’’, en una clara y obvia muestra del desconocimiento de la función del Banco Central.

Pero también hay quien cree –y con justificada razón- que el señalamiento –sin fundamento- al Banco de México sería el principio para detonar su credibilidad con el fin de hacerse de su control, lo cual sí sería un grave peligro para México.

Como sea, la luna de miel se acabó; lo que sigue será una guerra fría en la que el que se va y el que llegará se enviarán mensajes más rudos a través de los medios de comunicación.

Porque eso sí, hay que guardar las formas.
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Ya casi se va el gobernador de Veracruz, Miguel Ángel Yunes, y corren versiones de que su antecesor, Javier Duarte, podría dejar la cárcel y llevar su proceso –al menos el que implica cargos federales- en libertad.

Yunes hizo del encarcelamiento de Duarte el eje de su gobierno; preso Javidú, sin embargo, las condiciones económicas, políticas y sociales en el estado no sólo ni mejoraron, sino que empeoraron.

Pero las apariciones públicas de la esposa de Duarte presumiendo su vida de lujo en Londres o sus propiedades en Miami le dan pretextos para salir nuevamente a los medios para hablar de “su’’ combate a la corrupción.

¿Cómo es posible que la nota de Karime Macías viajando en el Metro de Londres haya tenido más publicidad local que el descubrimiento de una fosa clandestina con más de 160 cadáveres?

Lo de Macías y Javidú se ha convertido en un circo, en un distractor de la opinión pública veracruzana que no ve la hora del relevo en la gubernatura.