Escaso, casi nulo margen para sorpresas: parece muy difícil que en dos semanas Turquía logre adjudicarse la sede de la Eurocopa 2024, en contra de una candidatura alemana que luce invencible.

Si la infraestructura, estabilidad política, tradición futbolera, cantidad y calidad de estadios, oferta de movilidad y alojamiento, garantía de seguridad, no fueran suficientes elementos para inclinar esa balanza hacia el costado germano, sí lo es un añadido: que esta vez cuenta como factor de elección, el estatus de Derechos Humanos en la nación que aspira a ser anfitriona.

No resulta fácil encontrar en Europa una contraposición tan notoria entre dos mandatarios: por un lado, Angela Merkel, hoy líder de la Unión Europea, defensora de la democracia y uno de los mayores apoyos en la crisis de refugiados; por otro, Recep Tayyip Erdogan, cada vez con mayor poder en sus manos, con acusaciones de perseguir y reprimir a todo lo que luzca como oposición, para colmo esta misma semana autonombrándose presidente del fondo soberano turco que ya no es nada soberano, con su yerno como vicepresidente.

Así que si la UEFA realmente va a poner en consideración esos temas, le bastará con girar la mirada hacia San Francisco, donde vive exiliado el gran futbolista turco de las últimas dos décadas, Hakan Sukur. Acusado de pertenecer a un grupo armado terrorista y de insultar a Erdogan, el ex delantero pasó de ser un político cercano al presidente a ser tachado como extremista: todo opositor estigmatizado como violento radical.

Por supuesto que en votaciones recientes, los excesos de Erdogan no habrían sido factor adverso y, en una de esas, hasta hubieran servido de atracción. La FIFA nunca podrá quitarse de encima la frase de su entonces secretario general, Jerome Valcke, cuando declaró que “demasiada democracia no es buena para hacer un Mundial”. ¿A qué se refería? A que con el todo-poderoso Vladimir Putin sería más sencillo que con el esquema brasileño, donde cada ley debía ser aprobada por los distintos niveles de gobierno.

Más allá de la practicidad de la oferta alemana y de la cuestión política, parece tan difícil de remontar la cuestión de la seguridad como la económica. Turquía fue durante muchos años un sitio más o menos exento de atentados, pero el interminable conflicto en la vecina Siria y otros factores geopolíticos, han elevado los riesgos. Al tiempo, la lira turca se ha devaluado fuertemente en los últimos días, con Erdogan pidiendo a la población que cambie sus ahorros en moneda extranjera por divisa local.

En dos semanas se sabrá, mas Alemania tiene todo para volver a recibir un gran torneo. Que perdiera sería incluso más sorpresivo que la victoria qatarí para el Mundial 2022 o la carioca para los olímpicos 2016.
Twitter/albertolati

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