Todos han de ser débiles, vulnerables, casi pusilánimes, hasta que se demuestre lo contrario.
Pero todos los nuestros, todos los de acá, que en otros países y en lejanos futboles, por supuesto que sí está permitido elogiar a los candidatos a astros del balón, resaltar cuanto prometen, ilusionarse con su eventual futuro.
En España pudieron sorprenderse porque el Real Madrid pagara 45 millones de euros por el adolescente Vinicius, mas nadie se indignará porque se le halague bajo pretexto de “lo están inflando, lo van a desubicar, están destrozándole la carrera”, como sí sucede con Diego Lainez en México.

Similar en Argentina ante la emergencia del enésimo niño crack, o en Barcelona ahora que se descubrieron las artes del mediocampista Ricki Puig, o en Inglaterra con Phil Folden tan determinante este domingo con el City, o en Francia ante las hordas de quinceañeros que apuntan brillantes condiciones.
Si un futbolista de verdad cuenta con el empaque para llegar a lo más alto, ningún encabezado o comentario televisivo podrá impedirlo. Se parte de la premisa de que en ese empaque se incluye, a la par de talento, disciplina, potencia y demás, fortaleza mental: la indispensable para resistir el huracán que implica ser una estrella pop.

Lainez es el mayor diamante que el futbol mexicano ha detectado al menos desde Irving Lozano o, en su momento, los campeones del mundo Carlos Vela y Giovani Dos Santos. En una liga en la que lo común es llamar promesas a muchachos que ya pasan de los 23 años, en la que la confianza en el joven resulta exótica, en la que se prefieren extranjeros de probada mediocridad a locales de inevitable incertidumbre, sólo una serie de carambolas le hicieron titular en un club grande: la plaga de lesiones no correspondida con refuerzos en el América, mas su indiscutible brillo en selecciones menores (porque es factible que si a Lainez no le vemos con el Tri en el Torneo Esperanzas de Toulon, se nos habría escabullido un tanto su nombre, diluyéndose también la presión por verlo más).

Una vez que anota un par de goles que confirman lo que se le intuye, los medios dicen de él lo que tienen que decir, que es lo evidente, que es lo que se diría lo mismo en cualquier continente o liga si un chico de 18 años se muestra así de especial. Sólo que eso molesta a buena parte de la afición, aferrada a que décadas y décadas de frustraciones en nuestro futbol, de promesas incumplidas, son atribuibles al elogio.

Lo digo con todas sus letras y bajo riesgo de, en el acto, ser considerado no sólo imprudente sino, mucho peor, americanista: Lainez tiene un futuro como hace mucho no veía en jugador mexicano alguno y de él, sólo de él, de nadie más que de él, depende convertirlo en presente.

Cuanto se diga o loe, será lo de menos. Lo será, como con otros adolescentes que sí alcanzaron su máxima versión posible, por mucho que desde antes de su primera afeitada así se haya pronosticado e insistido.

Twitter/albertolati

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