En un país que asegura que su guerra de independencia empezó con un partido de futbol y no con las primeras movilizaciones de tropas, la selección no podía limitarse al plano deportivo.
Basta con ir al estadio Maksimir de la capital croata, Zagreb, para encontrarse con la inscripción: “A los aficionados del Dínamo que iniciaron la guerra de independencia en mayo de 1990”.

Ese día, anterior en trece meses al inicio formal del conflicto que derivó en la separación de Croacia respecto a Yugoslavia, el club Dínamo recibió al Estrella Roja serbio. El resultado fueron severos choques entre dos barras muy politizadas, cuyo punto culminante fue la patada del mediocampista Zvonimir Boban a un policía; desde entonces, el crack es más recordado como paladín de la independencia croata, que como un fino mediocampista que pasó por el Milán.

Como suele pasar en este tipo de procesos, la tensión no brotó por generación espontánea. Por irnos a ejemplos meramente futbolísticos, ya en el Mundial de 1930 los croatas desistieron de jugar para el representativo yugoslavo; lo mismo, durante su dilatado mandato, Josip Broz Tito incluyó al futbol en su equilibrismo entre etnias, religiones e identidades: por orden presidencial, el equipo balcánico debía incluir a ocho serbios, más de cinco croatas, cuatro bosnios, dos eslovenos, dos montenegrinos y algún macedonio.

En el Mundial de Italia 90, posterior en unas semanas al duelo entre Dínamo y Estrella Roja que abrió para algunos la guerra, la selección continuaba –aún sin Tito– siendo muy balanceada. Por sólo referirnos a los titulares: el capitán Zlatko Vujovic, era croata; el goleador Darko Pancev, macedonio; la gran figura, Dragan Stojkovic, serbio; un talento en la media, Safet Susic, bosnio; un tipo incansable, Srecko Katanec, esloveno; un férreo volante, Dragoljub Brnovic, montenegrino.
Conjunto plural de un país de países que estaba por desaparecer y en cuya despedida previa al torneo, en un amistoso en Croacia, quedó atónito ante su himno atronadoramente silbado.

Ya después vino el conflicto que derivó en la creación de hasta ahora siete países (incluyendo a Kósovo), no sin antes dejar profundas heridas y rencores en todos los sitios. No puede olvidarse que los mismos croatas que sufrieron limpiezas étnicas y los peores abusos, también fueron verdugos y siniestros en otros frentes.

Por ello, esta generación de jugadores nacidos un poco antes o un poco después d la pugna, está íntimamente vinculada al mismo: a sus dolores, a sus odios, a sus reivindicaciones, a sus temores, a sus privaciones.

Camada en la que al fin es posible algo impensable en los primeros dosmiles: que las minorías étnicas de un lugar, compitan para donde nacieron y no para donde su religión o ascendencia indican; para ser más claros, el heroico ataja-penales, Danijel Subasic, nació en una familia serbia en Croacia. Muchos en la misma situación han desistido de portar el uniforme de lo que marca su pasaporte. Fácil no puede ser: al lado de Subosic juega el defensa Dejan Lovren que en este mismo Mundial, ha festejando cantando proclamas de los ustachas, grupo extremista croata, ferozmente anti-serbio y anti-bosnio, además de tener orígenes pro-nazis en la Segunda Guerra Mundial.

Caprichos del destino, el primer campeón eslavo en la historia del futbol, podría coronarse en la meca del paneslavismo, Moscú. Sólo que sería, vaya paradoja, uno de los pocos eslavos distanciados históricamente de Rusia, como lo es la católica y no cristiana ortodoxa, Croacia, renuente hasta a escribir con caracteres cirílicos.

Twitter/albertolati

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS.