Casi como gemelos conectados mentalmente: países tan apegados tanto en lo cultural como en lo económico y social, que lo que vive uno suele ser experimentado tras la frontera por el otro.

 

Por ello, la revolución futbolística holandesa de inicios de los setenta, esa abanderada por Johan Cruyff, pronto permeó hacia su vecino Bélgica. Tras años en los que el historial mundialista de las dos selecciones del noroeste europeo era testimonial (ninguno de estos equipos ganó un partido de Copa del Mundo hasta esa década), de pronto estallaron.

 

Está claro que los naranjas comenzaron, pero muy pronto su mellizo franco-flamenco, les acompañó. Saldadas con derrota las finales de las Copas del Mundo de 1974 y 1978, Holanda entró en una tremenda crisis, sin siquiera calificar a los siguientes dos torneos. Al tiempo, Bélgica tomaba la estafeta de la región Benelux y lanzaba una generación espléndida: el portero Jean-Marie Pfaff, el defensa Eric Gerets, el volante Jan Ceulemans, el genial Enzo Scifo.

 

Mientras Holanda veía el Mundial por televisor, Bélgica era semifinalista en México 86, aunque muy pronto el péndulo volvería a saltar al otro territorio. Para 1988, Marco van Basten y Ruud Gullit conquistaban la Eurocopa, mientras que Bélgica notaba el nulo relevo para quienes le habían llevado poco antes a una final europea.

 

Los noventa y dosmiles fueron naranjas, hasta que esa zona obstinada en polos opuestos tuvo el cambio más dramático: hoy Holanda es la que experimenta una aguda crisis (segundo certamen consecutivo al que no se clasifica) y es Bélgica la que goza de una maravillosa camada.

 

Sería por demás curioso que los belgas se adelantaran a sus vecinos con un título mundialista. Pueblo inspirado y criado futbolísticamente bajo influjo del futbol total neerlandés de los setenta, ahora no sólo está a dos pasos, sino que posee talento suficiente para ello.

 

Sería absurdo plantear si dispone de más fútbol que la inolvidable Holanda de Cruyff, esa que no alzó títulos, pero quizá logró algo más importante: cambiar a este deporte. Lo que desde ahora se analizará, y siempre que los belgas se metan a la final, es si cuentan con ese añadido (¿temperamento, suerte, aplomo, determinación?), que Holanda no tuvo incluso jugando como los dioses.

 

Como rival, su otro vecino: si media Bélgica comparte idioma con los holandeses, la otra mitad lo hace con Francia. Una Francia que, sin embargo, en numerosos chistes y habla coloquial, suele hacerlos menos, verlos para abajo, criticar su acento francés.

 

Entre sus dos fronteras, los belgas van por la gesta: como rival sobre el césped, los bleus; como motor inspirador y pesada referencia histórica, los oranje.

 

Combinados Lukaku, Hazard y De Bruyne parece difícil frenarlos. Por si algo sale mal y para todo lo demás, asumen que basta con decir Courtois.

 

Twitter/albertolati

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