No es que el deporte se haga menos político, es que ha aprendido a serlo sin dañar al espectáculo, es que ha comprendido que, pese a todo, y como dicen los maestros de la cultura mediática, The Show Must Go On!

Hace 38 años, los Olímpicos de Moscú fueron boicoteados por una buena cantidad de países, algo que antes aconteció de manera masiva con el Mundial de futbol: cuando todas las Selecciones africanas dieron la espalda a Inglaterra 66, en protesta porque se les hiciera competir por un solo cupo con Asia y Oceanía, además del hartazgo porque la Sudáfrica del apartheid fuera admitida con puros jugadores blancos (su promesa era que para el siguiente torneo enviaría a un equipo de puros negros y, en lo sucesivo, así iría turnando sus representativos segregados).

Un tanto porque el destino así lo quiere –ley de Murphy a la futbolera: se suelen encontrar en la cancha quienes la diplomacia internacional preferiría que no se enfrentaran–, otro poco porque resulta inevitable con tantas fricciones globales: el Mundial que abrió con peticiones de boicot desde varios gobiernos, con jefes de Estado reacios a acudir, con una Inglaterra indignada con Rusia, tiene a ese mismo cuadro británico en su mejor actuación en al menos tres décadas.

Al mismo tiempo, la injerencia rusa en los Balcanes se ha ido retratando a cada ronda de la competición. Sucedió ya con el Serbia-Suiza, en el que los inmigrantes albanokosovares que brillan con el equipo helvético convirtieron sus anotaciones en venganza contra el apoyo ruso a la causa serbia: águilas albanesas volando, hechas a gol y brazos cruzados, en pleno enclave ruso de Kaliningrado. Ha vuelto a suceder en los cuartos de final, con los Balcanes ahora mezclados con otro de los líos de geopolítica internacional que implican al país anfitrión: el conflicto en Ucrania.

Serbia es el principal aliado de Rusia, lo que casi en automático hace que Croacia, como Kósovo, se aproxime con suspicacia a los rusos. Añadido a eso, varios croatas han pasado últimamente por la liga del actual enemigo de Rusia, Ucrania, donde han sido adorados.

El remate para ese ménage-a-cinq geopolítico (rusos, ucranianos, serbios, albanokosovares y croatas), se dio cuando Domagoj Vida, uno de los héroes de la victoria croata sobre Rusia al anotar un gol y luego acertar su penalti, publicó un video dedicando la victoria a Ucrania: Slava Ukrayini!, algo así como, ¡Gloria a Ucrania!, lema utilizado por los ucranianos en la actual confrontación con los rusos, clamó eufórico el defensa central.

Rusia está indignada por tamaño desafío en su casa y pide que sea suspendido –e Inglaterra, de pronto tan de acuerdo con el Kremlin, apoya esa moción para debilitar a su rival en la semifinal.

Sin embargo, antes el delantero serbio Alexander Mitrovic habló de política, como politizaron sus goles los suizo-kosovares Xhaka y Shaqiri, como el croata Dejan Lovren celebró la victoria sobre Argentina con gritos extremistas de la guerra con Serbia, como la grada serbia mostró imágenes del condenado por crímenes de lesa humanidad, Ratko Mladic.

Ni duda cabe, lo de Vida no debe tener sitio en un evento deportivo…, aunque tampoco lo demás, y zanjados unos casos con castigo económico, es absurdo sancionar otro con suspensión.

En el fondo, una certeza: no es que estos torneos se hayan dejado de boicotear por voluntad de apartar la política; es sólo porque nadie está dispuesto a privarse del espectáculo; es sólo porque, con o sin política, tan millonario show debe continuar.

 

Twitter/albertolati

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