Cuesta creerlo a la luz de su condición de inventores del futbol moderno, pero los ingleses están del todo desacostumbrados a ser parte de las rondas decisivas de un Mundial.

Basta con decir que en Brasil 2014 no superaron la primera ronda y en Sudáfrica 2010 se atoraron en octavos de final, a lo que debería añadirse que en toda su historia, apenas accedieron a semifinales mundialistas en un par de ocasiones: la más reciente en Italia 90 (cayeron a manos de Alemania Federal) y la restante en 1966 (entonces se coronaron en casa, también ante los germanos occidentales).

Es decir, que los muchachos dirigidos por Gareth Southgate se juegan este sábado el salto al segundo mayor escalón en la historia de su futbol. Una victoria frente a los sorprendentes suecos, y por delante sólo tendrán a los campeones de Wembley de 1966.
En el camino ya han roto otra marca tabú al avanzar por vía de penaltis. Si en México solemos lamentar nuestra puntería desde el manchón penal, para los ingleses esa modalidad ha sido todavía más cruel. Hasta antes del triunfo contra Colombia, tres derrotas en igual número de intentos.

Nadie duda, se trata de una generación diferente. Más profesional, más disciplinada, más armada para las exigencias del juego y menos proclive al glamur de quienes les precedieron (un artículo resaltaba que las esposas de los jugadores hoy son trasladadas en avión comercial, diferenciando que para las Victoria Beckham, Cheryl Cole y demás, eso era inadmisible). La gran incógnita es si será menos hooligan, en una cultura futbolística en la que buena parte de las estrellas han protagonizado algún escándalo de pleito y borrachera.

La apertura de la Premier League a los mejores entrenadores del planeta, ha propiciado una camada de futbolistas más flexibles tácticamente. Apenas doce años atrás, Sven Goran Eriksson admitía que por vueltas que planteó para sus esquemas, los muchachos le pedían no rompiera con el tradicional 4-4-2.

Con la mayoría de esos jóvenes habiendo sido criados por Guardiola, Mourinho, Pochettino, Wenger, Klop, Conte, Van Gaal, Ranieri, parece evidente que su formación es otra, y de ella se beneficia Southgate. Un seleccionador que llegó como emergencia y de rebote, tras un video que evidenció la ética de su antecesor, Sam Allardice.

Sin importar lo que pase en estos cuartos de final, el primer triunfo de esta selección es verse como la actual Inglaterra: en dinamismo, en frescura, en vanguardia, en audacia, en lejanía respecto al paranoide aislacionismo promulgado por el Brexit.
De hecho, luego de que superaron a Colombia, el UKIP, partido de ultraderecha y promotor de la cerrazón británica, colocó un tweet, “Felicidades Inglaterra, el futbol vuelve a casa”. La respuesta fue de rechazo abrumador: primero, por politizar, pero, sobre todo, por desapegarse de la realidad.

La imagen de una cancha planteaba el once inicial sin los descendientes de inmigrantes rechazados por UKIP: apenas quedaban cuatro nombres. A eso siguieron proclamas adversas a la salida de la Unión Europea y un punto culminante: el mensaje del periodista Richard Jolly: “El padre de Kane es de Irlanda. Dier creció en Portugal. Sterling nació en Jamaica. Los abuelos de Lingard llegaron de San Vicente. El padre de Ali es nigeriano. Ellos representan a Inglaterra, UKIP no”.

Sin extremismos, sin discriminaciones, sin patrioterismos: sea semifinalista o no, la de Southgate es la actual Inglaterra, abusada por los veteranos que aprobaron el Brexit.

 

Twitter/albertolati

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