Como en coreografía montada para algún berlinés teatro del absurdo, los jugadores alemanes se sostenían a dos manos la cabeza y perdían sus atónitas miradas en algún punto tendiente hacia Belo Horizonte, donde esta generación tuvo su clímax al golear a Brasil 7-1.

Pocos llegaban a las lágrimas: cuando una hecatombe es tan inesperada, hasta el llanto es tomado desprevenido, fluye impuntual si es que alcanza a fluir. Eso sí, los rostros estaban rojos y se movían en horizontal, negando, como si unos a otros se preguntaran dramáticos, “¿qué hemos hecho?, ¿qué hemos hecho?, ¿qué hemos hecho?”.

Joachim Löw convertía en dilema existencial la peor participación alemana desde Francia 1938, lanzando un cuestionamiento al que no hallaba respuesta: “¿A dónde iremos de aquí?”, expresó con un murmullo que casi escapó a las bocinas de la sala de prensa.

Su semblante era el de un personaje de Goethe, agobiado por las desventuras amorosas, inmovilizado por el peso de la vida, aplastado por no lograr cargar con tanta pasión. Bien podía clamar aquella frase de “Las penas del Joven Werther”: “Desde entonces el sol, la luna y las estrellas pueden salir y ocultarse cuando y como quieran, yo no sé ya cuándo es de día ni cuándo es de noche, cuándo hace sol o cuándo hace luna; para mí ha desaparecido el universo en su totalidad”.

Este proyecto alemán, surgido en 2004, había conseguido meterse al menos a todas las semifinales europeas o mundialistas desde su instauración. Con los germanos la vara de medir es distinta en Copas del Mundo: si están muy mal y nada les funciona, como en 1998, caen en cuartos de final; si andan simplemente mal, como en 1982 ó 2002, les alcanza para pelear por el título; si están sensatamente bien, es difíciles despojarles de la corona —incluso ante cuadros superiores, haya sido la Hungría de 1954 o la

Holanda de 1974.
Sistema de medición desplomado en Rusia 2018: cuando mayor salud se percibía en su futbol, cuando más onces estelares se aseguraba que podían alinear, cuando más se insistían las bondades de su trabajo de detección y desarrollo de talentos, es cuando peor se han desempañado.

En el lejano precedente de Francia 1938, hubo circunstancias muy singulares. Recién consumada la Anschluss o Anexión de Austria, esta selección disponía de la base de dos semifinalistas en el certamen anterior y desde el departamento de propaganda, desde el mismísimo Goebbels, se obligó a equilibrar en la alineación a elementos de los dos países recién amalgamados. Sucedió que la integración entre alemanes y austriacos no resultó exitosa. Así que cuando fueron eliminados en la primera ronda por Suiza, los alemanes culparon a los austriacos de no esforzarse demasiado, de no sentir la patria, casi de desea la derrota.

Desde entonces, tuvieron que pasar ochenta años para ver algo así. Ocho décadas en las que el Mundial fue creciendo en tamaño, se le añadieron rondas de grupos, se probaron varios formatos, sin que la Mannschaft dejara de estar siempre en zona de privilegio.

Eso se ha roto cuando más favoritos parecían. Menos de un año después de que el futuro se garantizara de su propiedad, tras imponerse con jóvenes en la Copa Confederaciones, hoy evalúan si van en el sentido indicado. O, como lo planteó Löw, en tono de Joven Werther: “¿A dónde iremos de aquí?”.

Twitter/albertolati

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