Las encuestas lo marcaban como el seguro ganador, pero falló la percepción de los entrevistados. Al final, un equipo robusto, nada achicado y un gol solitario dieron a México el triunfo sobre la Selección de futbol de Alemania, y nos cambió todo el panorama.

La mañana del lunes y la semana completa estaban presupuestadas para convivir con una derrota de la Selección, la esperanza del siguiente juego el sábado frente a Corea del Sur y continuar con el cierre de las campañas electorales.

Con el triunfo sobre Alemania ganamos una alegría histórica, pero perderemos los últimos días de atención sobre los temas que nos van a marcar durante décadas.

Ese uno a cero aniquiló las quinielas, pero también acabó con las campañas electorales.

Justo cuando se empezaban a desvelar algunas de las peores trampas de los que se presentan como impolutos y salvadores de la patria, justo ahí nos abrazó el balompié.

Antes de que rodara el balón se acumularon algunas acusaciones serias en contra de Andrés Manuel López Obrador, su gente y su campaña.

Desde aquella de desviar recursos recabados para supuestamente ayudar a los damnificados, dinero que fue a parar a los operadores políticos de Morena y no a manos de los que perdieron su hogar con los sismos de septiembre del año pasado.

Hasta las pruebas verificadas de que López Obrador personalmente otorgó contratos directos a su constructor favorito, José María Riobóo, a pesar de haberlo negado en el tercer debate.

Ese vínculo con el constructor podría no aguantar una auditoría de lo hecho durante su administración en el entonces Distrito Federal. Pero hoy deja al descubierto el porqué de su oposición al Nuevo Aeropuerto Internacional de México, donde su protegido no obtuvo contratos y, de paso, despedaza su discurso y deja a su amigo Riobóo como uno más de la mafia del poder que no es empresario, sino traficante de influencias.

La falta de atención por el Mundial deja de lado el vínculo claro del que López Obrador quisiera que fuera el secretario de Comunicaciones, Javier Jiménez Espriú, con la empresa brasileña Odebrecht, conocida en el mundo por corrupta.

Esperar a que México llegue ahora sí al quinto partido nos hace dejar de lado el poder horrorizarnos con que una de las más rijosas, ofensivas y altaneras representantes de Morena, Layda Sansores, fue descubierta cometiendo fraude al Senado.

Y peor que eso, los presuntos delitos cometidos por esta tan cercana a López Obrador fueron justificados por la que López quisiera que fuera la contralora, Irma Eréndira Sandoval, la supuesta encargada de combatir la corrupción, solapa a Layda Sansores sin ningún rubor, a pesar de que las evidencias son contundentes.

Hay un fanatismo irreflexivo, y no hablo de futbol. Y ahora que la realidad empieza a ser más contundente que el espejismo mesiánico, se ha acabado el tiempo ante la afortunada alegría de que la Selección Mexicana de futbol resultó una grata sorpresa.

Al menos el balompié es un aliciente para el desánimo y la desesperanza que se han tejido en México. Ojalá nuestro país no pierda la contienda más importante.