No nos engañemos: buena  parte de los rusos que acudan al estadio durante el Mundial, lo harán más desde la curiosidad que desde la pasión.
Esta Copa del Mundo no será en una tierra en especial futbolera; sí existe devoción hacia el balompié en ciertos sectores y, sobre todo, cuando se efectúan los muy políticos derbis moscovitas (Dynamo que era de la KGB o los espías; CSKA que se operaba desde el ejército; Spartak visto como equipo del pueblo), pero, más allá de eso, el deporte nacional es, con diferencia, el hockey sobre hielo.

Para encontrar la última gran selección que representó a Rusia en un Mundial, hace falta remontarse a México 86. Un conjunto soviético con vinculación mínima hacia el actual territorio ruso: desde el entrenador Valeri Lobanovski hasta doce convocados provenían del aclamado Dynamo de Kiev, más otros tres del Dnipro también de Ucrania.

Es necesario ir mucho más atrás en el tiempo para hallar una brillante selección de la URSS con verdaderos ingredientes rusos. Por ejemplo, la que fue semifinalista en Inglaterra 1966, tenía varios elementos ucranianos, georgianos y lituanos, pero sus mayores figuras eran de Rusia: Lev Yashin en la portería, el capitán Albert Shesternyov en la defensa, y la dupla ofensiva conformada por Eduard Malofeyev y Anatoli Banishevski (nacidos, respectivamente, en Bielorrusia y Azerbaiyán, mas los dos de etnia e idioma rusos).

Desde que se disolvió la URSS, las figuras rusas han sido muy pocas. Mostovoi, Kanchelskis, Onopko, Karpin, y poco más. Eso les alcanzó después para una gran Eurocopa en 2008, cuando con Arshavin y Pavliushenko accedió a semifinales, aunque el tiempo probó que ese milagro se debió más a la magia del seleccionador Guus Hiddink que a una generación capaz de cambiar el destino de su futbol.

Tan crítico es el estado actual de su combinado nacional, que incluso en casa y con un grupo tan accesible como el que le espera (se medirá ante Arabia Saudita, Uruguay y Egipto) nadie en Moscú da por hecho la calificación a la segunda ronda.

Es complicado entender el fenómeno. Muchos de sus célebres artistas se han acercado de alguna manera al futbol. Dziga Vertov filmó para sus documentales a muchachos practicando este deporte, así como Kazimir Malévich inspiró una obra en un futbolista, Dimitri Shostakóvich compuso un ballet con el futbol como tema central, escritores como Vladimir Nabókov o Mijaíl Bulgákov lo jugaron, y el mismísimo hijo de Stalin presidió un equipo de primera división.

No obstante, la pasión nunca ha despuntado en este país. Ni siquiera, estamos a pocos días de comprobarlo, ni con el Mundial por disputarse en sus canchas.

Twitter/albertolati

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS.