“¡Siempre seremos azules! ¡Somos el Cardiff City! ¡Siempre seremos azules!”, retumbaba el Cardiff City Stadium, se repetía al pie del imponente castillo de la ciudad, se clamaba con semblante adusto en cada calle de la capital de Gales.

Un millonario de Malasia había decidido rescatar al maltrecho club y, según afirmaba, llevarlo a la élite europea, poniendo a cambio una condición que le parecía insignificante.

Me encontré con Keith Morgan, quien encabezaba a la sociedad de seguidores del equipo, en el centro de la ciudad, justo donde se había instalado el festival de la Champions League 2016, cuya final se disputaría en Cardiff. “Un grupo de aficionados fuimos convocados a una junta. Ahí nos dijo que invertiría muchísimo dinero en el Cardiff City, que venían épocas doradas, que iba a traer a grandísimos jugadores, pero que el equipo tenía que vestir de rojo, opuesto al azul con el que habíamos jugado siempre. Nos dijo que era un color más popular en China y que pretendía vender ahí muchos uniformes, que él prefería el rojo por verlo como color de la suerte y no nuestro azul, que le parecía de mala suerte”.

Respaldado por miles de seguidores, Keith comenzó una cruzada en contra del magnate Vincent Tan: demostrarle que, sin importar cuánto dinero ofreciera, la esencia de su equipo no era parte de una transacción.

Todavía no se digería esa imposición, cuando emergió otra: prohibir el añejo apodo Bluebirds porque en un dialecto chino se traducía de mala forma, lo que imposibilitaba el posicionamiento de esa marca ante millones de potenciales consumidores; pronto, el logotipo sustituyo al pájaro azul de siempre por un dragón rojo. Como Keith me relataba, mientras nos asomábamos al caudal del río Taff, “era como ver a un equipo diferente, era como haber perdido al club del que nos enamoramos todos cuando éramos niños”.

El Cardiff City logró un histórico ascenso a la Premier League en 2013, aunque su afición no recuerda ese momento con cariño. Más bien, con la sensación de haber sido despojados, de haber preferido mantenerse en segunda aunque fieles a su iconografía. Un once enredado entre la afición que sólo iba al estadio a gritar que nunca sería roja y por una directiva que buscaba endurecer sus consignas (llegó a prohibir todo lo que luciera azul), terminó por caer de la Premier.

Entonces, Vincent Tan, el que gritaba recurrentemente ante los micrófonos, “siempre seré rojo”, entendió que si pretendía quedarse en el club galés, tendría que regresar al azul. Y, en un acto por demás emotivo, reconciliatorio, lo hizo: los Bluebirds renacieron.

Este domingo, con ese uniforme azul, con ese viejo logotipo, el Cardiff consumó su retorno a la Premiership.

Quizá no venderá tanto en China, quizá será difícil posicionarlo en el Lejano Oriente, quizá no se convertirá en el favorito de Malasia, aunque continuará siendo sí mismo, y eso no tiene precio.

Desde una Liga Mx donde todo es susceptible de venderse (ciudad, nombre, apodo, colores), un ejemplo de lo que está en las manos de una afición: no hay mejor manera de amar a un equipo, que exigiéndole no traicionarse.

Twitter/albertolati

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS.