A estas alturas del partido nadie puede fiarse de las acciones del tirano de Corea del Norte,. Kim Jong-un.

Es cierto que el abrazo, casi de oso, que le dio la semana pasada al Presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, fue histórico. Pudiera parecer que el principio del fin de la “guerra fría” entre las dos Coreas está a la vuelta de la esquina. Pero obedece más bien a una estrategia calculada.

Kim Jong-un sabe que su país agoniza por las sanciones económicas impuestas. Coadyuvó en este estancamiento su único aliado -China- que siempre ha jugado a dos bandas y que últimamente se ha escorado hacia el Presidente estadounidense, Donaldo Trump.

Por eso no le quedó más remedio al tirano de Corea del Norte que abrir nuevos puentes con su “enemigo” ahora aliado del Sur. Ambas Coreas han acordado vivir en paz y sin armas nucleares. De hecho en esa estratagema, el tirano de Norcorea se ha ofrecido a cerrar su centro de pruebas nucleares durante este mes ante expertos y periodistas. Pero eso y nada es lo mismo, porque Kim Jong-un sabe que la única manera de ser respetado y de que ese régimen ancestral, desde su abuelo de una perversa tiranía, pueda continuar sin que otros países quieran acabar con dicho sistema, son las armas nucleares que posee.

A principios de junio tiene su auténtica prueba de fuego. Se reunirá, probablemente en algún lugar del sudeste asiático, con su enemigo Donaldo Trump. Y en este encuentro, ambos líderes pueden jugarse su futuro.

Donaldo Trump va con una carta a los Reyes Magos, cuya principal petición es la desnuclearización de Corea del Norte. Los ensayos que ha realizado Pyongyang han sido muy serios. Probó la destructiva bomba de hidrógeno con éxito. Eso hizo temblar a Washington; eso junto a que supo que los misiles nucleares de Corea del Norte pueden alcanzar parte del territorio estadounidense como las costas de Hawái o de Alaska.

Kim Jong-un no sólo no quiere terminar como Saddam o Gaddafi, sino que quiere seguir con su tiranía. El mismo Trump, al que antes se le llenaba la boca de denunciar abusos sobre los derechos humanos, detenciones, asesinatos y desapariciones en Corea del Norte, ahora insinúa que no interferirá en su “política” doméstica.

Lo malo es que ninguno se fía del otro. Kim Jong-un sabe que, tarde o temprano, no sólo Estados Unidos, sino la opinión pública mundial y sus gobernantes se le echarán encima, y la única manera de defenderse es su arsenal atómico. Porque el régimen norcoreano es como un perro rabioso, que te enseña los dientes sabiendo que te puede morder.

Cundo se reúnan Trump y Kim Jong-un puede pasar que todo sean buenas palabras, pero que cuando se vayan cada uno a sus respectivas casas sepan que volvieron con las manos vacías. La petición de Washington de la desnuclearización de Corea del Norte podría cumplirse, pero destrozando, como en el teatro, el atrezzo, aunque no el escenario. Kim Jong-un jamás se deshará de su única ayuda que es su fuerza nuclear.

El egoísmo puro de los tiranos, el líder de Corea del Norte lo lleva en el ADN. Así fueron su abuelo, Kim Il-sung, y su padre, Kim Jon–il. Por eso, el actual líder de Corea del Norte, que ha mandado asesinar a miles de ciudadanos de ese país -entre otros a su tío y a su medio hermano-, nunca renunciará a seguir siendo el “virrey” de una nación que piensa que es de su propiedad por mucho que la Comunidad Internacional desee intervenir.